domingo, 4 de agosto de 2013

Al final, sólo consiste en volar.

Ahora que el tiempo se mide a la centésima de millar y las conversaciones conmigo misma siempre quedan interrumpidas sé que lo único que tengo son las alas,

alas como charlas reflexivas que me sitúen por encima del tiempo que me toca vivir
alas de una cena con una mujer que me habla de sexo y yo querría ser como ella
alas con forma de biblioteca nueva

saber que fulano dejó el trabajo porque no era lo que esperaba, que mengana tiene secuelas de un derrame cerebral que no se le vio al nacer y va robándole el corazón a todo el que conoce

alas de proyectos futuros que siempre bailan, pintan, escriben o luchan
alas de una canción sentada en el asiento de copiloto de un coche
alas empapadas de crol y de cruzar el río de noche en bicicleta

y hojear libros que no puedo leer, y reaprenderme las partes de mi cuerpo,
y perder un tren que me devuelve a mi caos, y dejarme abrazar
desnuda
de madrugada
en la terraza.


miércoles, 31 de julio de 2013

Lucía

No tengo televisor. Pero cada vez soy más adicto a consultar noticias en la red. Creo que sentarme a ver un telediario de esos de 40 minutos donde se repite por duplicado lo que el político de turno luego dirá con las mismas palabras... me desesperaría. Hay quien dice que en eso nos está convirtiendo internet, en impacientes que sólo buscan noticias en listas de titulares sin entrar a profundizar. Es posible. 

¿A qué venía todo esto? Ah, sí... ya recuerdo. Ayer leí en algún periódico digital que Lucía Etxebarría era expulsada (o se iba) del reality de turno de telecinco. La noticia me pintó una mueca en la cara. No, no es que fuera mi concursante favorita ni hubiera enviado decenas de sms a dos euros el micro-timo. No se trata de eso. Era más bien esa mueca que te deja el saber que un antiguo conocido ha descarrilado a la mala vida. Y no es que yo me haya tomado muchas copas con Lucía, simplemente he leído algunos de sus libros. Y alguno me pareció realmente bueno. Eso son muchas horas de conversación. 

Ya llegó a mis oídos sin poderlo creer del todo que el año pasado la entrevistaron en otro programa telebasura de telecinco donde largó sus problemas privados, inseguridades personales, amores y desamores... a la pantalla, público y preparados colaboradores del programa. Al puro estilo tonadillera venida a menos, o guapo/guapa de discoteca que necesita fama rápida y barata.

En fin... qué decir. Al parecer la escritora, según leí, está en crisis psicológica aguda. Tocando fondo. Llorando y largando en programas de gallinero. Tras salir del reality tuvo que comparecer en Sálvame Deluxe por obligaciones contractuales (lo más hondo de la ciénaga). Me pregunto si a estas alturas no tiene algún amigo que le diga que no es ese el camino, igual que ahogar depresiones en alcohol no lleva a ningún sitio.

Por otro lado, también he leído que se trata de una cuestión económica, deudas con hacienda que hay que saldar. Según Lucía, en una semana en el reality le han pagado más que por su último libro en el que había invertido un año y medio de trabajo. Lo cual, sin dejar de ser triste, no es sorprendente. Menos en España y su afición a la literatura.

Sea por una cosa, sea por la otra, a mí me dejó la mueca de quien da algo por perdido. Yo perdí una escritora, ella perdió un lector. Como cantaba Sabina ...cómo te has dejado llevar a un callejón sin salida...

domingo, 28 de julio de 2013

Los deseos de Budha

No hace mucho, tuve ocasión de conocer a Budha a través de la magia de la palabra escrita. Desde entonces, de vez en cuando, aparecen frente a mí su voz y sus nobles verdades.

Mis digestiones de alcohol ya no son iguales cuando me pierdo en deseos insatisfechos, con mirada extraviada, en barras de bares no menos encontrados. Bajo la cabeza leyendo destinos en el fondo del vaso. Luego miro a mi derecha... y allí está. Me encuentro al viejo Siddharta tomándose una cerveza a mi lado con media sonrisa en los labios. Con esa expresión de quien sabe lo que estás pensando, y además sabe que tú sabes que él lo sabe.

Cuando camino por la playa buscando en el horizonte dónde se juntan los azules, mientras las olas chapotean en mis tobillos y hago recuento del pasado, de lo logrado, de lo perdido, del tiempo que corre, de lo efímero y lo eterno... tras algunos pasos más encuentro otra vez al viejo allí sentado en la arena, pescando pacientemente. Su mirada fija en la bolla, y su media sonrisa de nuevo a mí dedicada. Otra vez la misma expresión.

Y es que Budha lo dijo alto hace miles de años. Todo lo que pueda hacerte feliz es transitorio. Nada dura. Nada perdura. Todo se gasta, se esfuma. Acaba. No porque se rompa, o cambie, o lo maltrates. Simplemente, un día, como todas las velas, se apaga. Sin avisar. La frustración de nuestra vida es causa del deseo que la mueve. El fin de la causa pone fin al efecto. Dejar de desear es dejar de alimentar al monstruo. Budha no enciende velas.

No, no me he hecho budista. Ya decía Ortega que todos los -ismos son igual de malos. Ni siquiera quiero hacer proclama del budismo. Ni tengo intención de irme de asceta al desierto. Sólo digo que el gordo aparece junto a mí de vez en cuando, a sonreírme de esa manera suya... Como queriéndome convencer de algo.

miércoles, 17 de julio de 2013

Galápagos

(Demasiado tiempo ya, tal vez, sin pasar por aquí. El volver implica con qué volver. Lo mejor de una elección es robarle su importancia para que así fluya)

Siempre que regreso de algún viaje, mis conocidos me preguntan qué tal, cómo fue. Yo no sé qué contestar. Nunca sé responder a esa pregunta, ni en referencia a un viaje, ni a un libro, ni a mí. Pareciera que esas palabras bloquearan mi elocuencia. No quiero imaginar un examen con sólo esa cuestión. Examen oral, claro, porque escrito... escrito es otra cosa. El negro sobre blanco permite moldear hasta ver el significado de un auténtico qué tal. No de esos que se intercambian a modo de saludo. (Triste lo que hacemos con el lenguaje hablado los humanos. Ya imposible preguntar a otro cómo está realmente sin caer en lo manoseado).

Hagamos un esfuerzo: Qué tal mi viaje a las Islas Galápagos. 

Respuesta:
Creo que a mi edad puedo considerar que he viajado bastante. Más que la media. Y mirando atrás veo que lo que se recuerda de un lugar no es tanto el lugar en sí como lo que allí has vivido, sentido, pensado o soñado. La magia de protegerte del sol a la sombra de la Pirámide de Keops, por ejemplo, no está en la belleza de su estructura, sino en lo que ocurre dentro de ti cuando estás frente a ella. Y esto ninguna Lonely Planet lo puede escribir. Por eso creo que viajar es difícil de contar. Es algo demasiado subjetivo.

Cuando por la ventanilla del avión vi recortadas las islas en el Pacífico, cuando puse pie en tierra con un viento azotador, me daba igual lo que allí hubiera. Ya estaba sintiendo que pisaba un lugar marcado con una equis. Escribí: "Donde dios perdió su lápiz de ingeniero, y Darwin halló la respuesta, la luz."

Cuando ves caminar a una tortuga de 200 kilos que te dobla o triplica la edad, imaginas que un viejo roble sacara sus raíces de tierra para dar un paseo por el bosque. Cuando la recuerdas como especie protegida, una vez más te sientes sucio como humano despreciable que tiene la osadía de matar por matar.

Cuando desde la cubierta de un barco balanceado por el Pacífico consigues ver a un mismo tiempo la Cruz del sur y la Osa Mayor en el firmamento, vuelves a saberte nada en el mundo. 

Cuando atraviesas en autobús una isla salteada de humildes haciendas entre frondosa vegetación, sólo se te ocurre pensar en lo incomprensible de todo. Y vuelves a sentirte muy solo dentro de una duda que ni llegas a formular, sin alguien con quien hacerlo.

Cuando paseas por una playa virgen de arena blanca procurando no tropezar con los lobos marinos que duermen más lejos de la palabra estrés de lo que tú estarás nunca (a pesar del tiburón que ves merodear a pocos metros de la orilla y ellos parecen ignorar), despierta en ti un animal que te pregunta qué has hecho con tu vida.

¿Responde esto a un qué tal?    


jueves, 9 de mayo de 2013

El Último Poema Antes Del Suicidio


Límite



La mujer alcanzó la perfección. 
Su cuerpo muerto muestra la sonrisa de realización, 
la apariencia de una necesidad griega 
fluye por los pergaminos de su toga, 
sus pies desnudos parecen decir, 
hasta aquí hemos llegado, se acabó. 
Los niños muertos, ovillados, blancas serpientes, 
uno a cada pequeña jarra de leche ahora vacía. 
Ella los ha plegado de nuevo hacia su cuerpo; 
así los pétalos de una rosa cerrada, 
cuando el jardín se envara 
y los olores sangran de las dulces gargantas 
profundas de la flor de la noche. 
La luna no tiene por qué entristecerse, 
mirando con fijeza desde su capucha de hueso. 
Está acostumbrada a este tipo de cosas. 
Sus negros crepitan y se arrastran.



(Sylvia Plath)

lunes, 6 de mayo de 2013

Los lunes al sol

Hay frases ingeniosas que simplemente son chistes malos, pero cuando un niño los lee no las entiende y, por eso mismo, no las olvida. Algo así me ocurrió cuando de pequeño leí que el matrimonio es el lugar donde los que están dentro quieren salir y los que están fuera quieren entrar. Y no sé por qué he recordado esta frase, pero creo que viene como anillo al dedo para definir el trabajar, la virtud elevada del ser humano. 

En un centro de enfermos terminales donde van a pasar sus últimos días de vida moribundos de toda clase y condición, se realizó un estudio de cuáles eran aquellas cosas de las que más se arrepentían los humanos antes de su muerte. ¿Adivinan qué estaba en el podio? Probablemente aquello que todos firmaríamos si muriéramos mañana: haber trabajado tanto.

Creo que cuando cerramos los ojos y pensamos en las cosas bonitas e importantes de nuestra vida, bien como ejercicio de meditación, bien como repaso a existencia que se esfuma, pocos contamos nuestras 40 horas por 52 semanas por tantos años entre esos momentos especiales. Algunos sí, mas son excepciones a las que envidiar. 

Pero si esto es así, ¿por qué es tan importante el trabajo en la vida de todos? ¿No debería la energía gastada en algo ir al compás de lo que ese algo nos satisface o nos completa? La respuesta es sí, pero en otro mundo posible, no en este, en el que todo, desde que nacemos hasta que morimos, se organiza en torno al trabajo (sólo le intentan quitar el puesto el sexo y el "amor", y si alguna vez ganan es únicamente porque hacen trampas y se alían bajo la misma bandera). Desde que nacemos vemos a nuestros padres saliendo temprano de casa y volviendo tarde. Recordándonos lo mucho que se sacrifican por nosotros. Los colegios y universidades dejaron hace bastante tiempo de ser centros de educación para ser aulas de formación profesional. Desde que tengo uso de razón recuerdo una pregunta lanzada por toda la gente de mi alrededor a mís oídos vírgenes: ¿qué vas a ser de mayor? (Viejo, decía el del chiste). Tanto nos lo preguntaban que llegamos a igualar el ser algo con trabajar de algo. ¿No eres nada si no trabajas, si no estudias una profesión, si no tienes un currículum que mostrar?

En mi círculo de conocidos encuentro todo tipo de casos. Quien disfruta de puesto de trabajo estable y bien pagado, pero no le gusta, y querría vivir más y mejor. Quien subsiste agobiado en el paro y trabajaría de cualquier cosa. Quien trabaja como esclavo mientras la espada de Damocles pende de su cabeza en forma de despido inminente. Quien juega a los dados intentando buscar una prejubilación que le permita no quedarse con cara de tonto tras cotizar una pasta gansa durante años. Quien no sabe si optar por su pareja o por su triunfo laboral. Quien ha emigrado al extranjero en busca de curro y ha encontrado vida. 

Sólo una cosa se hace común. Un domingo por la tarde, en la playa, en el parque, entre cervezas, risas y charlas, cuando alguien recuerda que mañana es lunes, un ángel borra todas las sonrisas de la cara por momentos. Al día siguiente, entrando por la oficina, se ven caras grises, las mismas que conducían coches feos por la autovía a las siete y media de la mañana. Los autómatas se sientan frente a una pantalla de ordenador enmarcada por fotos de sus hijos, a fin de que el subconsciente interiorice la respuesta a un porqué: por qué estoy aquí. Otros recuerdan las siglas de su banco. Mas quienes no tenemos hijos ni hipoteca, nos agarramos a la crisis. Es la mejor escusa a día de hoy para no romper con la virtud aprendida y no quedarnos los lunes al sol con una sonrisa de colores.




domingo, 28 de abril de 2013

Alemania, la prima y el fútbol

No sé si siguen el fútbol. Algún partido que otro es muy educativo. Nos enseña bastante de la sociedad donde intentamos convivir. Cualquier empresa que se proponga un grupo es reflejo de este nuestro viaje a la deriva. Y si la empresa la encerramos en un recinto y en 90 minutos es como montar un experimento social con cientos de cámaras vigilando.

La semana pasada, los alemanes, la industria pesada, como les llamaba el entrañable Andrés Montes, dieron un repaso en ganas, juegos y goles a los dos etiquetados como mejores equipos de fútbol del planeta, nuestro madrid y nuestro barça.

Últimamente, corre por España la fiebre de odio a lo alemán (ya la hubo a lo francés, cuando tumbaban "nuestra" fruta en la carretera). Al parecer no gusta la política insolidaria de los teutones con los países mediterráneos en esto de la crisis. Sin embargo, ayer la radio decía que la cosa se está convirtiendo en algo recíproco. La última encuesta sobre la marca "España" (sí, al parecer nuestro país es de marca, yo creía que era de marca blanca) en Alemania ha arrojado unos resultados nefastos. Si antes éramos considerados los artífices del milagro económico español, ahora no somos más que unos vagos gobernados por corruptos.

Yo voy a romper una lanza en favor de los germanos. No les conozco, ni conozco mucho su país ni cómo se organizan. Tampoco sé que provecho sacarán de todo esto, de la Unión Europea, del déficit, del PIB, de la prima, ni del primo. Así que no me voy a meter en análisis político-económicos profundos. Simplificaré.

Y por simplificar la cosa queda en que le estamos pidiendo a Alemania que tome una serie de medidas que le perjudican económicamente (al menos a corto plazo) para beneficiar a gente como los españoles. Y el rubito alto de ojos azules sentado en su apartamento de Frankfurt con la calefacción a tope se preguntará: España. Un país donde sus inútiles gobernantes no quisieron parar la burbuja inmobiliaria y ahora tienen 3 millones y medio de casas vacías. Un país con 1700 casos de corrupción actualmente abiertos, desde la casa real hasta el último mono. Un país con una economía sumergida del 25% del PIB. Un país donde todos aspiran a ser funcionarios para trabajar menos y ganar más. Un país donde sigue primando el mamoneo antes que la profesionalidad en sus trabajadores. ¿A estos debo yo ayudarles?

Volveré al fútbol. El anuncio de campofrío dice que es eso lo que nos queda. Aunque el mensaje sigue siendo muy español: somos muy buenos porque tenemos a Alonso, Nadal, Gasol e Iniesta. Y quizá por esto es por lo que no somos tan buenos. Los españoles más importantes y admirados no deberían ser únicamente deportistas. ¿Dónde están los filósofos, los científicos, los empresarios, los escritores, los economistas? El pueblo español ama a sus futbolistas más que a sus políticos. Tal vez por eso escuchar a estos últimos es como oír una imitación de los primeros. Nuestro parlamento parece una reunión de viejas glorias del Real Madrid y del FC Barcelona. Los votantes parecemos hinchas fanáticos y ciegos. Y la prensa seria no es otra cosa que prensa deportiva (supongo que intentando desbancar a Marca, el diario más leído en nuestra tierra)

Los partidos de fútbol de la semana pasada mostraron a españoles que salían al campo sin ganas, sin correr, convencidos de la victoria sin necesidad de trabajarla. Esto a la izquierda de sus pantallas con su indumentaria habitual. A la derecha, los germanos, que corrieron hasta dejarse la piel y se tomaron en serio el partido desde el minuto 1 al 90. Resultados: 4-0 y 4-1. La semana que entra, será la vuelta. Ahora se invoca al espíritu de Juanito: la remontada. La pasión española. Nuestro punto fuerte. Lástima que con ella sólo se ganen partidos, pero difícilmente se gobiernen Estados. 


domingo, 31 de marzo de 2013

Entre semáforos y contenedores

Moran en la urbe como compañeros cotidianos del día a día. La gente se cruza con ellos y ya ni les observa. Han dejado de ser curiosidad, novedad o asunto que comentar. Cada mañana de camino a trabajos, escuelas u oficinas están ahí. De ambas profesiones: los recicladores y los vendedores de pañuelos.

Los primeros hacen su ruta como autobús de línea, pero cambiando las marquesinas de las paradas por contenedores llenos. Uno a uno los van revisando. Buscan chatarra, metal, papel también. Desconozco si tienen repartidas las diferentes calles, si se pondrán de acuerdo, si existirá un planning, un mapa de rutas. Puede que no, que vayan a caza solitaria, estudiando cada uno lo mejor que puede los hábitos basureros de la clase media española. Sus herramientas suelen ser un largo palo para escudriñar los desperdicios, y un medio para transportar las presas halladas. Y en esto llegan a construir sorprendentes móviles. Híbridos de bicicletas con carritos Carrefour. Tras la recolecta, la compra de artículos sin pasar por hipermercados, todos se dirigen a alguna nave de polígono. Allí buscan la chatarrera donde le comprarán lo encontrado, dependiendo de la calidad, de la suerte del día.

Sería interesante explotar los datos de estudio que pueden tener: lo que arroja el pueblo a la basura según el nivel económico del barrio, la época del año, las crisis, etc.

Siempre pensé que algo no funciona muy bien cuando hay personas que pueden vivir de lo que otras tiran a la basura.

Los vendedores de pañuelos, los secadores de lágrimas, los regaladores de sonrisas blancas. Ellos no hacen rutas, tienen un lugar estático donde cumplen su jornada. También cabe preguntarse si disponen de un cuadrante para cubrir todos los semáforos de la ciudad, o si luchan por el territorio, pretendiendo apoderarse cada uno de las mejores intersecciones. Los envidiaré siempre por su atractivo caminar, da igual lo que vistan, ya sea un chaleco fluorescente o un jersey de lana en pleno agosto. Se acercan a una ventanilla y sonríen. Sólo quieren saludar. La cara de asco del conductor que ni le devuelve la mirada no les hace perder ese andar rítmico. Por un euro a la semana puedes trabar amistad con alguno de ellos, porque él te llamará amigo, te preguntará cómo estás, se preocupará por tu familia, y te deseará suerte. Te sonreirá sinceramente, y te ofrecerá la mano. Incluso aquellos días en los que no tienes monedas que darle.

Sería interesante explotar los datos de estudio que pueden tener: la simpatía, la tristeza o la limosna recaudada en función de la hora del día, del clima, de la marca de coche, etc.

Últimamente pienso que hay días en los que en uno de esos semáforos se te ofrece más humanidad y afecto que en muchos otros sitios.

domingo, 24 de marzo de 2013

Realidad

Algunos filósofos decían que lo que distingue al ser humano del resto de animales es que nosotros intentamos cambiar el mundo, no nos basta con adaptarnos del mejor modo posible a él. Ortega y Gasset, por ejemplo, nos describía como ese animal que ante el bombardeo constante de estímulos tiene la capacidad para encerrarse en sí mismo, analizarlos, compararlos, y luego volver con una idea de qué hacer con lo que le rodea.

Y será que viene en nuestros genes, pero la obsesión por cambiar la realidad es la que nos ocupa de por vida. A veces con resultados un tanto desagradables. Pues si nos detenemos a pensar en todos los problemas que tenemos y que tienen las personas a nuestro alrededor, todos se derivan de una mala relación con la realidad. De no aceptarla como es, o de querer cambiarla sin tomar decisiones, sin elegir.

En las matemáticas escolares, cuando en un problema nos preguntaban cuántas manzanas había en una cesta después de saber que compré 8, regalé 2 y me comí la mitad de las que me sobraban... nadie planteaba la solución con una queja constante de por qué tengo que contar manzanas, por qué mi cesta no dispone de un inventario actualizado, por qué no compré, regalé o comí. Nadie planteaba soluciones mirando al pasado, que no se puede cambiar, ni a inventar cestas o manzanas que no existen. La solución siempre venía desde un humilde "esto es lo que hay... qué es lo que puedo hacer".

Sé que la vida real es más compleja que aquellos cuadernillos del Rubio. Pero deberíamos dejar de quejarnos. Ante las circunstancias de la vida, sólo hay dos opciones: aceptarlas o cambiarlas. 

Si las aceptamos, debería de ser sinceramente, admitiendo la realidad, y adaptándonos a ella sin más quejas ni alborotos. Asumiendo que nuestra vida pasa por ahí porque hemos optado por este camino y no por otro. Nadie nos obligó. 

Sin embargo, si decidimos cambiarla, tendremos que tomar decisiones, no dejar que se cambie sola, porque no lo hará. Y no esperar a que la decisión aparezca entre nuestra neblina mental un día cualquiera, porque tampoco lo hará. Decidir es una acción activa que supone aceptar que no se puede tener todo, y que se rechazan muchos caminos para transitar sólo por uno. Si no fuera así, no estaríamos decidiendo, sería simple automatismo.

Entre las dos opciones, hay que recordar, que algunas cosas no están en nuestra mano. Nadie aún tiene la capacidad de hacer que deje de llover, o de adelantar la primavera. 

Decía Antonio Machado que peor que ver la realidad muy negra es el no llegar a verla.
 




miércoles, 20 de marzo de 2013

Detalles de una vida placentera

Encender una cerilla y esperar que se consuma, escuchando en el silencio el crujir de la llama y el fino listón de madera. 

Mirar a derecha e izquierda en los semáforos, descubriendo a conductores con mirada hastiada, mujeres a las que robar una sonrisa, y niños a los que sacar la lengua para que, avergonzados, dejen de observarte.

Escuchar llover arropado en la cama, sin que el despertador tenga nada que decir en tu abrazo con otra persona.

Conducir bruscamente con música dance por la calles de la ciudad.

Saciar el hambre con chocolate.

Escuchar que una persona a la que respetas y en la que confías dice que te admira.

Reír.

Llegar a un hotel cansado, muy tarde, sin vistas a madrugar, llenar la bañera de agua muy caliente, y sumergirte dentro, en silencio.

Descubrir el sabor de una boca, de un pezón, de un cuello, de unas manos, de unos muslos.

Ganar.

Regocijarse en la melancolía del recuerdo mientras el sol se pone y no hay brazos que te arropen para recibir la noche.

Caminar hacia cualquier sitio con la mente ocupada en cosas de poca importancia y cruzarse con el andar pausado de un gato callejero, que mira la vida desde ojos a los que envidiar.

Dejarse llevar por la música y saltar, gritando bien fuerte, entre cientos de personas: ...dónde están los besos que te debo...

Conversar con un amigo, embriagados por el alcohol.

Sentir cómo la luna asoma poco a poco en el horizonte mientra el ruido del mar atrona tus oídos.

Gritar, muy fuerte, hasta que la voz no dé más de sí.

Sentir que alguien te comprende, de verdad.

Conocer gente tan diferente como para aprender que los puntos de vista que componen una línea son infinitos.

Viajar.

Sonreír a causa de una idea que lees en un párrafo del libro que te ocupa mientra el agua golpea fuerte los cristales de la ventana a causa del viento que azota fuera de casa.

Abrazar, y ser abrazo, de forma sincera, expresando en el gesto miles de palabras y sentimientos.

Sentir el infinito espacio tiempo ante los puntos de luz que llegan desde las estrellas en una noche oscura.

Estornudar sin reparos protocolarios.

Comprobar que las casualidades de la vida te conducen a lo que buscabas y te hacen dudar de si el destino está o no escrito.

...

lunes, 25 de febrero de 2013

Usa protector solar


viernes, 22 de febrero de 2013

Lo peor del amor cuando termina

joaquin sabina

Lo peor del amor cuando termina
son las habitaciones ventiladas,
el puré de reproches con sardinas,
las golondrinas muertas en la almohada.

Lo malo del después son los despojos
que embalsaman al humo de los sueños,
los teléfonos que hablan con los ojos,
el sístole sin diástole sin dueño.

Lo más ingrato es encalar la casa,
remendar las virtudes veniales,
condenar a la hoguera los archivos.

Lo peor del amor es cuando pasa,
cuando al punto final de los finales
no le quedan dos puntos suspensivos…

martes, 19 de febrero de 2013

El bien y el mal

Khalil Gibran, en "El mundo perfecto" dice:
[...] Yo, un caos humano, nebulosa de confusos elementos, deambulo entre mundos perfectamente
acabados; entre pueblos que se rigen por leyes bien elaboradas y que obedecen un orden puro, cuyos pensamientos están catalogados, cuyos sueños son ordenados, y cuyas visiones están inscritas y registradas.
Sus virtudes, ¡oh Dios!, están medidas, sus pecados están bien calculados por su peso, y aun los
innumerables actos que suceden en el nebuloso crepúsculo de lo que no es pecado ni virtud están
registrados y catalogados[...]

De adolescente, al escuchar los primeros discos de Shakira, intuía que se había inspirado en el poeta árabe para componer algunas letras . Eso fue mucho antes de que se convirtiera en lo que hoy es, el productito número 7.325, o la loba loca rabiosa.

Cuanto más adultos, más apostamos en este juego, más se pierde si no cumples las normas. Ser rebelde ya no es una monería de juventud que todos miran con condescendencia teñida de añoranza, es un incordio en a institución, en la sociedad, es un algo-que-corregir-por-tu-bien. La infidelidad a los catorce se supone menos dolorosa que a los cuarenta. Se acabó el tiempo de dormir de día y romper horarios, vestir desaliñado, sentir locuras. Los adultos siguen las normas, se esfuerzan por ser amados, ya no dudan de sí mismos y sobre todo, saben lo que está bien y lo que está mal.

A veces, recostada en el apoyabrazos de un sofá, me pregunto si seré la única que tiene los conceptos alborotados, la única que siente lo que no debería sentir. La única que no quiere cumplir con los estándares, aunque esto sea otra suerte de esclavitud.

A veces me resulta complicadísimo luchar contra este gigante que desea hacer de mí otro productito, en esta escala en la que habito. Y me siento a salvo por momentos al escribir estas cosas, pero es un error. El albañil que está en mi casa me pide que no me preocupe porque el suelo hoy quedará manchado, pero mañana con un fregado quedará limpio. Que él sabe, por su mujer, que pese a que me lo advierte, hoy me afanaré con la fregona. Lo miro desde millones de años luz. Lo miro desde el hueco de mis pupilas y no entiendo su idioma, pero caigo en lo que él ve en mí. Veo este cuerpo, esta edad, este tono de voz.

Sé que no soy la única, pero todos nos escondemos de los demás y fingimos saber de qué va esto de ser adultos. Como si la sabiduría viniera de cumplir años. Como si no fuese necesario pararse a escuchar al loco que llevamos dentro, parido y criado en secreto. Como si la razón llevara razón, y las normas fueran lo normal. Como si desperdiciar la vida llevara inherente tener una segunda oportunidad.

jueves, 14 de febrero de 2013

Apocalipsis

Los llaman NEO. Son objetos próximos a la Tierra. Y entre ellos están los famosos asteroides Apolo, que tienen la graciosa característica de cruzar nuestra órbita planetaria cada cierto tiempo. Algo parecido a un cruce sin semáforos por el que los coches ni miran, ni frenan. Argumentan para no echar el freno que estadísticamente las probabilidades de colisión son muy bajas. Claro que... toda probabilidad tiende a uno con límites infinitos.

Es increíble comprobar, cuando uno se sumerge en la ciencia astronómica, lo tranquilos que vivimos aquí en nuestro planeta volador con la cantidad de piedrecitas que se cruzan constantemente por todos los caminos trazados. En 2008, un objeto de unos 3 metros de diámetro fue descubierto en el cielo a una distancia aproximada de la que nos separa de la Luna. Unas 20 horas más tarde de su avistamiento explotaba en la atmósfera terrestre. Varios pedazos cayeron en Sudán, en el desierto. Claro, eran sólo 3 metros. En 1994, fragmentos de un kilómetro del cometa Shomaker colisionaron contra Júpiter provocando grietas en su atmósfera de un tamaño que duplicaba el diámetro terrestre.  Esto asusta más.

Mañana, el asteroide 2012DA14, de 50 metros de diámetro, pasará a una distancia realmente cercana. Más cerca aún de lo que hemos enviado nuestros propios satélites de telefonía y televisión (quizá, con suerte, se cargue alguno). La NASA, que según parece es una eminencia en esto, cuenta que no hay motivos de preocupación. Supongo que estarán en lo cierto. Aunque a mí me sigue llamando la atención eso que aprendí hace poco, que las leyes de Newton, Kepler y compañía sólo son ciertas en condiciones ideales. Y que, en realidad, las órbitas de algunos planetas, aún no se tienen claramente ajustada. Sin ir más lejos, para calcular con exactitud (kilómetros arriba o abajo) la órbita de la Luna, hay que tener en cuenta varios cientos de variables. Por tanto, el que un asteroide de miles de toneladas se acerque por aquí compartiendo órbita y la gravedad no haga el resto... es cuestión de tiempo. 

Y en esta línea, me sorprendí a mí mismo deseando verlo. ¿Se puede querer que un pedrusco de gran tamaño sea el motivo de mi muerte (y de todos, por extensión)? Sí, no queremos morir, eso está claro (asumamos la premisa aunque sea discutible). Pero si el mundo tiene que acabar algún día, si un asteroide de un par de kilómetros tiene que barrer la porquería con la que llenamos nuestros vertederos, por qué no premiar nuestra vida vulgar con un acontecimiento de tal magnitud. Si hay que morir, por qué hacerlo de un simple infarto si podemos optar al apocalipsis, al pack completo. Realmente, con este tipo de muerte, mi vida tendría algo más de sentido. No habré visto el comienzo de este invento de la autoconciencia, pero sí al menos su fin. Sabría como acaba la cosa. Conocería a Dios... o a Satán. La incineración le saldría gratis a mis seres queridos. Siempre he creído que en la vida hay que vivir. Hay que sentir las cosas buenas y las malas. Por ejemplo, nadie vive realmente si no se enamora por una vez, y si no le rompen el corazón en otra. ¡Qué mejor experiencia que ver el fin del mundo! O de nuestra especie, al menos.

Ya... oigo las voces de los humanistas. Pero seamos sinceros, si no lo hace un asteroide, lo acabaremos haciendo nosotros. La especie humana, vista como conjunto orgánico que funciona como un todo, posee una inclinación hacia el suicidio colectivo inevitable.

Miraré al cielo mañana. Quizá sea un gran día.    


 Cometa Halley

lunes, 28 de enero de 2013

Mujer-floreciendo






La Mujer-flor alberga una semilla que le crece por dentro, llenándola de raíces, de a poquito. Es una semilla minúscula, hambrienta, que le ha desperdigado ramificaciones por todo el cuerpo, llenándole los sueños, el corazón y el futuro.

La miro y sigo viendo a una mujer entera, íntegra, única. Pero si me fijo bien, puedo vislumbrar a través de su piel minúsculas ramas enrolladas a sus capilares, brotes de vida que le laten en las palabras, en la mirada, en la sonrisa. Me dice que pronto llegará la primavera. No sabe que la tiene dentro, que le está estallando en el centro mismo de su existencia, anegándola de olor a azahar y polvillo de pétalos.

Esta Mujer-flor, Mujer-árbol frutal, hoy re-nace, hoy dibuja un nuevo anillo concéntrico en su tronco. Y celebra la vida.

Y pienso, mientras la escucho y tomamos batido de chocolate, que no hay nada más mágico que una mujer metamorfoseada en árbol, flor, semilla y raíces. Como diría El Principito: "El tiempo que perdiste con tu rosa es lo que la hace tan importante"

Feliz año, florecilla.




domingo, 27 de enero de 2013

El banquete

Me pregunto si una alfombra pensará sobre su destino. 

Dudo si a un gato anclado en el tejado le dará vueltas al sentido de sus silenciosos pasos.


Acertar en el largo plazo es un juego que me gusta. Saber dónde estará cada uno tras un par de lustros. O, desde un nivel de abstracción mayor, apostar por la suerte de esta nuestra especie en un par de milenios. Ahí van mis fichas al rojo: en un organismo que no tiene claro por qué ni para qué existe, ¿creen de verdad que lo seguirá haciendo? ¿Tan poca confianza tienen en la coherencia del ser humano?
 

Ese es quizás el problema, o la solución. La coherencia. Ella es una de las señoritas que se sientan a la mesa del banquete de la vida. Viene de parte de las familias altamente posicionadas dentro de la clase bien del interno mundo humano. En esta ocasión se acomoda al lado de otra estimada jovencita, en edad, aunque no en madurez, llamada soledad. Suele ser silenciosa en su trato, pero hipnotizante en sus miradas. A la derecha de ambas comparten mantel con la ética, la vieja señora engalanada de respeto propio forjado a costa de las patadas recibidas. Entre ellas se sienta un crío insolente y risueño, sexo le llaman. Cuando la conversación torna a divertida, siempre pretende acaparar todas las palabras. Con permiso de su compañera de juegos, claro, que justo enfrente grita aún más. Por risa dicen que responde. Felicidad intenta, mientras se habla, servir vino a todos los asistentes, aunque curiosidad lo rechaza. Prefiere otro tipo de bebida, la de la botella azul. Sentimiento le advierte que quizás no sea lo que espera. Entretanto, el primer plato llega para terminar los entremeses. Pero antes de colocar la servilleta, previamente posada sobre el plato en forma de cisne, servidos estarán los segundos. Y, aunque sin hambre, el postre aparecerá en la mesa, a la espera de que sólo algunos prueben de él bocado. La cena terminará. Varios comensales aún sentados, quizás en paz entre ellos, quizás no.
 

Inventar es nuestro pasatiempo. Tomarlo en serio implica buscar su sentido y ser desdichado en metas, aunque feliz en el camino. Mientras tanto, nuestras periódicas heridas sólo serán lamidas con abrazos ajenos. Si estos, además de curar la piel y la natural inconsistencia de nuestro ser, llegan a compartir, bien por inventiva gemela o bien por casualidad estelar, nuestro sentido de caminar de una cierta manera, algo en nuestro más hondo interior se verá reforzado. Mejor que cuando sus inventos eran para un solo jugador. ¿Por qué? Simplemente llevamos el gen de la inseguridad que requiere la autoconfirmación del otro. Nada más.
 

Somos un triángulo intentando escribir el teorema de Pitágoras.

jueves, 24 de enero de 2013

Cosiéndome


No me cortaron con el mismo patrón, se les perdió la tiza morada que marcaba suavemente el recorrido del hilo, no hubo alfileres sujetándome al nacer. No tengo las medidas esperadas, sobre todo las del pensamiento, ni las pretensiones tampoco. No cumplo los criterios de calidad para salir al mercado, ni las medidas de seguridad. No soy apta para todos los públicos y me logro mantener fuera del alcance de los niños.

Quizás es un problema de grados, coordenadas o quizás no. Quizás es porque mi madre nunca supo coser. Quizás me diferencien los millones de litros de leche ingeridos, las peleas con mis hermanos o el pueblo perdido en el que me tocó nacer en esta reencarnación.

Perdí la cuenta de las veces que cosí sin hilvanarme. La descreencia de que pueda mantenerme dentro de estas costuras por mucho tiempo, sin desparramarme en espuma y vísceras. La necesidad de machacar el dedal que me protege de sangrar mis errores. Perdí la cuenta de los enveses y reveses.

No tengo marcada la línea discontínua por donde cortar.
Y sólo yo empuño esta tijera.
 

domingo, 6 de enero de 2013

HistoriAs


[...] La Europa antigua no tenía dioses. A la Gran Diosa se la consideraba inmortal, inmutable y omnipotente; y en el pensamiento religioso no se había introducido aun el concepto de la paternidad.Tenía amantes, pero por placer, y no para proporcionar un padre a sus hijos. Los hombres temían, adoraban y obedecían a la matriarca, siendo el hogar que ella cuidaba en una cueva o una choza su más primitivo centro social y la maternidad su principal misterio. Por lo tanto, la primera víctima de un sacrificio público griego eraofrecida siempre a Hestia, diosa del Hogar.
No sólo la luna, sino también el sol eran los símbolos celestiales de la diosa. Sin embargo, en la mitología griega más antigua, el sol cede la precedencia a la luna, que inspira el mayor temor supersticioso, no se oscurece al declinar el año y tiene como atributo el poder de conceder o negar el agua a los campos. Las tres fases de la luna nueva, llena y vieja recordaban las tres fases de doncella, ninfa (mujer núbil) y vieja de la matriarca. Luego, puesto que el curso anual del sol recordaba igualmente el desarrollo y la declinación de sus facultades físicas —en la primavera doncella, en el verano ninfa y en el invierno vieja— la diosa llegó a identificarse con los cambios de estación en la vida animal y vegetal; y en consecuencia con la Madre Tierra, quien al principio del año vegetativo sólo produce hojas y capullos, luegoflores y frutos y al final deja de producir. Más tarde se la pudo concebir como otra tríada: la doncella del aire superior, la ninfade la tierra o el mar, y la vieja del mundo subterráneo.
Una vez admitida oficialmente la relación entre el coito y el parto, la posición religiosa del hombre mejoró poco a poco y se dejó de atribuir a los vientos o los ríos la preñez de las mujeres. Parece ser que la ninfa o reina tribal elegía un amante anual entrelos hombres jóvenes que la rodeaban, un rey que debía ser sacrificado cuando terminaba el año, haciendo de él un símbolo de la fertilidad más bien que el objeto de su placer erótico. Su sangre serociaba para que fructificasen los árboles, las cosechas y los rebaños, y su carne era, según parece, comida cruda por las ninfas compañeras de la reina —sacerdotisas que llevaban máscaras de perras, yeguas o cerdas.

  Al principio se calculaba el tiempo por las fases de la luna, y toda ceremonia importante se realizaba en una de esas fases; los solsticios y equinoccios no eran determinados con exactitud sino por aproximación a la siguiente luna nueva o llena. El número siete adquirió una santidad peculiar porque el rey moría en la séptima luna llena después del día más corto. Inclusive cuando, tras una cuidadosa observación astronómica, se demostró que el año solar tenía 364 días, con algunas horas más, hubo que dividirlo en meses —es decir ciclos lunares— antes que en fracciones del ciclo solar.


Los mitos griegos, R.Graves
Judith y Holofernes, Franz  von Stuck