martes, 23 de octubre de 2012

Fecha de caducidad

En éstas estamos.

Mi verdad, tu verdad,

y la puta verdad.

Cada día llego a casa con las manos llenas de humanos desbordados por el precipicio al que creen abocadas sus vidas. Siento la sociedad cada vez más infantil, más dependiente. Los miro y veo pajarillos con las bocas abiertas, piando desesperados, esperando a que el alimento les llegue caído del cielo.

Me cuesta pensar que la gente no disfruta de las cosas pequeñas, que no agradece cada día lo que de bueno tiene, que olvidan que somos perecederos. Como los yogures. Con fecha de caducidad.

Pero claro, así es como yo veo las cosas. Que no es como las ves tú, ni como son en realidad. O en ficción.

Les pregunto por el sentido de sus vidas. Respuestas vagas. Me lo pregunto y no tengo algo mejor que devolver, pero sí me saco de la manga una ilusión cuando el fango me anega la nariz. Al menos es algo.

La vida es corta, pero ancha. Tengo las tardes libres.

Tus recuerdos, mis recuerdos y lo que de verdad pasó. Tu versión, la mía y un limbo de sucesos pinchados con alfileres, que nadie más vino a presenciar. 

No me vengan con tristezas pseudoexistenciales y valores impostados. Un día, no muy lejos, todo acabará. Mañana, mañana todo habrá acabado...


sábado, 6 de octubre de 2012

SIN-REMEDIO









Temo estar enferma de una desgana irreversible y mortal.

Sufro de aversión al esfuerzo mental (y físico) de cualquier tipo.

Tengo miedo de estar degenerando en un ser de zapping-sofá con un mando a distancia o ratón como apéndice añadido a mi anatomía.

El éxito es una meta incierta que me causa indigestión al mezclarlo con el placer.

Últimamente noto en mi vida una orientación exclusiva a la consecución de fines útiles y me estoy volviendo adicta a las recompensas.

La responsabilidad es un ancla que me arrastra al fondo de un vaso de cerveza.

El tiempo supera los límites de velocidad en mi vida y cada día tengo la sensación de que esta partida esta pérdida desde hace mucho (tiempo).

A veces me despierto con el cerebro bañado en aminas y los receptores adrenérgicos saturados; todo mi cuerpo atento a una amenaza:

la pereza

ADN


Todos los niños vienen al mundo con un palito en la mano, y allí está todo escrito. 
 Es un sorteo que se produce por encima de ti, antes que tu voluntad y a pesar tuyo
Susana Tamaro.





En el siglo XIX, un monje austriaco se hizo famoso por sus experimentos mezclando diferentes tipos de guisantes y demostrando las que actualmente se denominan "Leyes de Mendel". En 1953, Watson y Crick publicaron en la revista Nature un artículo sobre la estructura del ADN que posteriormente les valió un  premio Nobel. 
Las investigaciones y hallazgos científicos relevantes, no han parado de sucederse en el campo de la genética. Aun recuerdo cuando se anunció la secuenciación completa del genoma humano, y en mis estudio formativo no paro de encontrar determinada enfermedad asociada a tal gen.

Parece increíble que con cuatro moléculas (citosina, guanina, adenina y timina) se determina un ser vivo. En realidad es un proceso complejo en que todo está sometido a regulaciones mediante inhibiciones, sobre-expresiones, reparaciones, mutaciones, liofilizaciones y un sinfín de etcetéras. 

El caso es que esos genes esconden una información nuestra, personal (y de raza) que van a determinar el color de nuestro pelo, la forma de la boca, el ritmo de metabolización del alcohol, alguna que otra enfermedad,... Realmente no todo es genético, afortunadamente parte de lo que somos y nos ocurre viene modulado por el ambiente y eso nos da, al menos, un grado de libertad.

Pero también existen aquellos casos en los que somos esclavos de la genética,  una herencia que nos ha sido sobre-impuesta y de la que no hay escapatoria conocida. Hay enfermedades que no dependen de otra cosa que de una mala combinación de nucleotidos, genes o cromosomas. Algunas hacen que sólo te pierdas algunos colores, otras te condenan a no poder enviar señales a los músculos, otras te aíslan del mundo o te impiden eliminar sustancias que al ir acumulándose te envenenan lentamente....

Hace poco, a raíz de un paciente de urgencias, pensé en la Corea de Huntington, una enfermedad autosómica dominante con penetrancia completa, lo que quiere decir que si tu padre o tu madre la padecen, tienes un 50% de probabilidades de heredar el gen y en ese caso padecer la enfermedad sin remedio. Lo cruel es  que se empieza a manifestar en torno a los 30 años con movimientos anormales, trastornos psiquiátricos y degeneración neuronal progresiva. 
A nivel de molecular, está causada "simplemente" por un mayor número de repeticiones de un triplete de nucleotidos: citosina-adenina-guanina en el cromosoma 4. El diagnostico genético es técnicamente fácil de hacer, pero el problema radica en hacerlo en aquellas personas que aun no tienen síntomas puesto que ser portador es estar sentenciado a la invalidez y muerte prematura.

Así es la genética: fascinante....y terrible

miércoles, 3 de octubre de 2012

Los días grises

Has dormido mal, incómodo, con dolor que no se calma con un cambio de postura, como el del cólico nefrítico. Has dormido entre tus propios algodones, buscando la calma y el calor del interior de tu cascarón. Ese del que prometes no volver a salir. Te acurrucas en el rincón, esperando que la cáscara se recomponga, que vuelva a crecer, y a tapar el viento que entra y te hiela por dentro.

Despiertas (si es que alguna vez llegaste a dormir en esas horas). Y te enfundas el traje de autómata, de androide programado para cumplir con sus compromisos sociales, laborales, protocolarios. Pero los músculos de tu cara parecen no haber despertado, nada sería capaz de arrancarte una sonrisa. Parpadeas y caminas con sigilo por los pasillos de la oficina, sin ganas, hastiado. Miras con desprecio a los coches que te acompañan en la carretera, que descubres como el invento más feo del hombre. 

Te alimentas de chocolate. Escuchas música que desgarre, no que cure. Te remueves en la vida como apaleado y en el suelo. Como si los golpes ya no dolieran. Piensas que algo falla, y que tú no eres de aquí, sino de otro sitio, real o ficticio. A tu alrededor todo causa indiferencia. Ensimismado en la nada. Da igual lo que ocurra, eres incapaz de mostrar sorpresa. 

Vuelves a casa y un sofá o una cama te esperan. Te ofrecen un cojín o una almohada en la que hundirte. Estas cansado, y lo agradeces. Sabes que tienes una herida. Te tocas y rebuscas en la piel, pero no hallas nada. Es herida de las que no se lamen. De esas que cambian el color de los días, independientemente de nubes o soles, los vuelven grises como el asfalto, el cielo lluvioso, o el pegamento de trocitos de cáscara. 

Días grises en los que nada tiene color ni luz.

a día de hoy



Este equilibrio mío
preclaro y precario
que busca en la agenda mental un humano que llevarse a la boca
que sueña con licantropía y estepas y asaltos a rebaños en horas nocturnas
de ovejas lanudas y dóciles a las que preguntaría cómo se hace para rellenar las horas
para parecer ordenada y alegre y no sentir ganas de huir con los ojos abiertos y gastados de tanto mirar.

Soy un descontrol subterráneo de un sistema que desconfía y controla,
soy desobediente despilfarradora de horas
que sueña con no tener jefes ni rey ni dios.

Hubo un tiempo en que yo misma sabía relativizar todo
y ahora siento que a quien se relativiza es a mí.