sábado, 21 de abril de 2012

Madre

Samuel Aranda. Premio World Press Photo 2012.

¿Qué contiene el arte? Quizá simplemente se trate de transmitir sentimientos. Expresar ideas o pensamientos es el día a día del uso de la palabra, con mejor o peor fortuna utilizada por todos. Pero cuando se trata de expresar el sentir, aún más sencillo a priori si se trata de un sentir universal, parece ardua tarea a este pobre ser humano. El único contacto que consigue entre la palabra (producto y origen a la vez del raciocinio) y las emociones es la ira desatada por el grito. Un acercamiento al rugir salvaje de nuestros ancestros.

Pero el arte... el arte logra mostrar esos sentimientos, en una imagen, en unos versos, en un escenario...

La fotografía que encabeza este post es de Samuel Aranda y ha ganado el World Press Photo 2012. Cuando la vi me pregunté si la fotografía podía ser considerada como un arte. Y esta en concreto... me parece puro sentimiento, puro arte.

En algún rincón de algún sucio edificio yemení, un joven herido tras luchar por una revolución, por un sueño, o por un motivo para darse motivos de vivir... qué más da. Su brazo estirado muestra un tatuaje. Su rostro se hunde oculto buscando refugiar sus avergonzadas lágrimas en el calor que mejor supo cuidarle. Su cuerpo yace en el suelo, pero recogido entre los brazos tapados de una madre que se esconde bajo la tela de la cárcel impuesta por el orgullo, la cobardía y el egoísmo masculino. No se aprecia bajo la tela más que algunos centímetros de piel. Pero se insinúa en el gesto la ternura de la maternidad cansada de traer vida al mundo para esto. Si los hombres dieran a luz... Y se adivina una lágrima bajo el velo cayendo lenta, sin rabia. Es el llanto rancio de la no esperanza, del recuerdo de su pequeño en sus brazos, sin tela ni heridas interponiéndose entre ellos.

martes, 17 de abril de 2012

no quiero decir sí
no quiero dejar de tener cada día un ratito para mí, sólo para mí
-autogustoseo-
no quiero huir, no quiero elegir,
no quiero hacer lo que se supone que debo hacer
no quiero estar rodeada en el metro de personas que parecen infelices
no quiero hacer como que soy feliz
no quiero comprar más cosas inservibles
no quiero volver a sentirme así de fea
no quiero tretas, engaños, estratagemas a estas alturas
no quiero no poder hablar de tu amante
no quiero charlas hablando mucho de futuro y nada de sexo
no quiero vida matrimonial y sin embargo
echo mucho de menos algo de rutina y menos de soledad
no quiero renunciar a los sueños
no quiero pertenecer al sistema, al partido, a la ideología
no quiero dejar de volar y sentirme libre, aunque sea una ilusión
no quiero envidiar, aislarme, deprimirme y lamentarme
no quiero vivir tan rápido
no quiero tener miedos sembrados por la sociedad y la tele
-al menos permitidme tener los míos propios-
no quiero hacer terapia impostada
no quiero sentirme tan lejos de todos
ni tan distinta
ni tan rara
ni tan loca

domingo, 15 de abril de 2012

Nuestra gran depresión

Recomiendo un libro de Hannan Harendt llamado La condición humana. Es de esos libros para pensar. Trata de filosofía política, o de teoría política, como le gustaba decir a su autora. Sobre él, junto con el papel del arte, escribí hace unas semanas un texto que recopilaba algunas ideas interesantes. Dejo link de descarga para quien le interese: Descarga de texto
La idea gira en torno a que el ser humano pasó a ser hace un siglo un homo faber obsesionado por construir utensilios y pensar todo en relación de medios y fines. Más tarde, hace unos años, nos hemos convertido en animal laborans, individuos que dedican la mayor parte de su vida a laborar y consumir el producto de esta labor. Esclavos de este único modo de ser felices.

Los seguidores habituales de este blog sabrán que El club de la lucha es una de las películas a las que más referencias hago desde aquí. Quizá la mejor frase del guión sea aquella donde Tyler dice que "somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos, no hemos sufrido una gran guerra ni una gran depresión, nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida". Y hoy pensé qué es curioso que al final nos va a tocar vivir algo parecido a una gran depresión, esta crisis entrecomillada.

Los laborantes consumidores que somos no encontramos dónde laborar (no hay trabajo), lo necesitamos para seguir rodando en el sistema, pero algo dentro nos dice que no lo queremos (nuestra depresión espiritual). Una conjunción perfecta para que no sepamos dónde ir. A mi alrededor toda una generación de jóvenes se preguntan qué hacer con su vida. Anhelan el sueldo fijo de la bonanza si no lo tienen, sueñan con otra vida posible si aún son esclavos de la nómina a fin de mes. Juegan a la lotería, opositan a tener tiempo libre, huyen al extranjero, piensan en cómo escapar, se refugian en el salvavidas del amor como prioridad... No hay destino certero.

Necesitamos algo más que una nómina, pero seguimos necesitándola. Quizá sea el mayor robo de libertad al que tengamos que enfrentarnos en el mundo contemporáneo las clases medias: la necesidad de laborar para consumir, al ritmo de las ruedas del sistema. Y si lográramos escapar... ¿luego qué? La mia mamma, versada en infelicidad, ante mi anhelo de lograr ese golpe de suerte que con ceros en una cuenta regala la dicha libertad, me preguntaba que para qué, que qué hacer después. Yo, por no callar, contesté que vivir la vida. Detrás de estas palabras sabía que algo falla detrás de cualquier anhelo, que detrás de todo no hay causa primera, sólo sinsentido.

Vivir la vida... creo que se parece a darse un baño en una piscina que cierra en un par de horas. Todos nos bañamos y nadamos de aquí para allá, unos hacia un lado, otros hacia el otro. Da igual, nadie va a ningún sitio concreto, se trata sólo de una piscina. Hay quien disfruta de jugar y chapotear con compañía, hay quien nada y nada sin parar, hay quien se queda a flote observando, hay quien incluso abre los ojos bajo el agua. En el fondo sabemos que sólo es eso, intentar pasarlo bien. Algunos tendrán pronto la piel arrugada y querrán marcharse, otros disfrutarán como niños y llorarán a la hora del cierre. Pero tarde o temprano tendremos que abandonar el agua, la piscina siempre cierra. Y nos iremos a casa pensando en todo lo que hemos nadado, pero sólo hemos jugado un rato en un depósito de agua, el resto es cosa de imaginar, por ejemplo, a dónde nos llevaban nuestras brazadas. Fuera de la inventiva, en una piscina, nunca se va a ninguna parte.

Sin embargo, ¿qué otra cosa nos hace más humanos que nuestra imaginación?  


Secuencia de El club de la lucha.

jueves, 5 de abril de 2012

Más sobre mujeres


Ceno a solas con la mujer-sonrisa y me cuenta su historia. Tiene 50 años, a los 30 se quedó viuda y con un bebé con problemas de audición. Una noche se lió con un hombre casado que al mes lo dejó todo para irse con ella y aún sigue cantándole todas las mañanas al oído lo bonita que es.

Me contó que pasó de "pobrecita" a "puta" según la opinión general.

La mujer-poema me cuenta una historia: la de una chica que pidió una habitación de hotel, una en concreto, lujosa, con vistas al mar. Era una hora cualquiera, e iba sola. Subió, cerró la puerta tras de sí y luego se le escuchó gritar: "¡te he dicho que no!" "¡que me dejes!" "¡que no, déjame!!"
Al cabo de un buen rato salió, pagó la habitación y se marchó.

Me contó que hay ocasiones en que tenemos que buscar la manera de irnos de allí donde quisimos y no pudimos.

La casera de la mujer-vida organiza cenas pakistaníes en el salón de su casa. Invita a mujeres que no conoce, mediante una página de internet. Me cuenta que charlan y se cuentan experiencias, son de lugares del mundo que no sabría situar en el mapa, de todas las edades, que comparten sus costumbres y cultura con las demás.

Me dice: sin prejuicios ni tonterías, se respira tolerancia y ganas de vivir de cada una de ellas a pesar de sus tristes historias...

Llamo a la mujer-verde en su cumpleaños. Me habla de todo con entusiasmo, de la vida que avanza sin cesar, de su trabajo y su pelo, de las anécdotas. Me habla de todo menos de una cosa que tiene estancada en el tiempo, que no fluye ni cambia. Le pregunto directamente y me suelta una evasiva: "ahí está, haciéndome la cena..."

Me contó por enésima vez que no es el momento de dejarlo.

Cada día que pasa, más dueña de mí misma,
sobre mí misma cierro mi morada interior;
En medio de los seres la soledad me abisma.
Ya ni domino esclavos, ni tolero señor.
"Van pasando mujeres" de Alfonsina Storni

domingo, 1 de abril de 2012

Pura vida

He brindado con una Imperial sentado en el tronco de un árbol mientras miraba las estrellas, escuchaba las olas y sentía acercarse la oscura marea del Pacífico.

Me sentí miembro de National Geographic internándome en la selva para observar su asombrosa vida.

Disfruté de comer piña, banano, guayaba, sandía… y de beber sus jugos mezclados. 

La primera noche me despertó el estruendo aterrador de diluvio torrencial en Tortuguero, que resultó ser la simple y rutinaria lluvia nocturna.

Descubrí que el mar Caribe no sólo son aguas turquesas, también es iracundo y violento, completamente salvaje. 

Me acostumbré a dormir sin ventanas, con mosquiteras, con lagartijas y con el ruido de la jungla y el océano.

En Cahuita y Puerto Viejo aprendí nuevas formas de ser feliz. 

Contemplé bellos atardeceres sobre el Pacífico cuando la playa parecía detenerse al esconder el horizonte los últimos rayos de sol.

Un hombre que cuidaba monos me enseñó que aún podemos caminar descalzos por la selva mientras buscábamos el rastro de un puma. 

Comí termitas con sabor a menta, me cagó un mono araña encima y me enterneció un bebé capuchino en el bosque primario de Corcovado.

Creí estar soñando cuando me adentré en los senderos del bosque nuboso de Monteverde envuelto en una neblina onírica.

Sentí estar más rodeado de vida que nunca. Sentí que el pies descalzos que habita en mí ancestralmente quería revivir.

No quise volverme… pero volví.


Nota: Pura Vida es una expresión utilizada en Costa Rica (lugar al que se refiere este post) de manera habitual para saludar, despedirse o para dar las gracias. En ella se condensa el espíritu de vida tranquila, feliz y placentera que caracteriza a su gente.