lunes, 19 de noviembre de 2012

El héroe y la zorra

Vivimos en una sociedad donde todos somos iguales independientemente de nuestra raza, religión, orientación sexual o género. Por ley. Ese es nuestro orgullo. ¿Nuestra mentira? Que pocos hombres se sentirían cómodos entre homosexuales. Que el moro y el panchito siguen siendo eso antes que cualquier otra cosa. Y que la puta es la que se tira a todos los de la oficina mientras que el crack es el que se las tira a ellas.

He nacido europeo, blanco, hombre, heterosexual, delgado, sano física y mentalmente, sin deformidad ni alteración. Siempre creí que fue aleatorio caer en dicha condición, y por eso no comparto que otros sin esa "suerte" sean subyugados al carácter circunstancialmente dominante.

Me olvidaré del color y de las fronteras, que quizá tienen mucha más historia que cortar. Hoy sólo quiero fijarme en ellas, en las mujeres. Soy feminista convencido, en la acepción real del término, no en el que quieren darle los y las machistas que pueblan el planeta. Empezaré claro: Creo que la mayoría de hombres han sido y son unos auténticos hijos de puta. Sí, no me queda más remedio que utilizar el término que mi lengua producto de esta sociedad ha fijado como sinónimo de ruin, despreciable, mezquino o canalla. Egoístas sin ética ninguna.
 

Acercarse en el estudio a las antiguas sociedades matriarcales es entender como todo es configurado de una manera por algo, no por azar. Se trata simplemente de quién tiene el poder. Y en occidente, el mango de la sartén, se encuentra, desde hace siglos, en manos del patriarca. La sociedad pasó de cultivadora a guerrera. Y el hombre quiso esclavas: una criada, una puta, una madre y un florero. Y las tuvo. Ahora intenta mantenerlas mediante el poder de la tradición y la cultura que flota a nuestro alrededor sin que nos demos cuenta. Pequeños detalles inapreciables, pero que conducen la educación de hombres y mujeres hacia la corriente del sometimiento al poder patriarcal, gracias a reglas muy bien orquestadas, pero invisibles a ojos de quien simplemente se siente orgulloso de su Constitución.

En las discotecas encontrarás el mercado de carne femenina. En las calles escucharás discutir a novios por la longitud de una falda o por los hombres con los que ella hablaba. En las oficinas tus jefes harán chistes sobres tus compañeras mientras miran sus escotes.
Me imagino haber sido mujer. Crecer recibiendo una educación para ser florero, madre y criada. Mil veces insegura. La televisión me enseñaría a aspirar a la perfección física constante, a la competencia con el resto de mujeres, a sentir que mi enemigo era ella, la otra. ¡Qué gran estrategia la de los hombres!
Cuando buscara, no encontraría referentes. No encontraría la revolucionaria Guevara o Mandela. Ni la pintora Goya o Velázquez. Ni siquiera las profetas Jesús o Mahoma. Dónde estarían las Aristóteles y las Nietzsche, las Cervantes y Lorca, las Hitler. Dónde al menos las Messi, Ronaldo o Nadal. Dónde estaría la Einstein, la Newton, la Galileo... Ocultas bajo el manto de la historia escrita por la mano del patriarca. Sólo un referente para toda mujer: la pasarela Cibeles. Calladita, quietecita y guapa.

¿Aún dudáis de si el aborto no sería legal e indoloro desde hace siglos si fueran los hombres quienes dieran a luz? ¿Alguien cree que los políticos no justificarían cualquier guerra si una pequeña comunidad de hombres estuviera siendo explotada bajo un burka en cualquier país gobernado por mujeres? ¿Pensáis que la trata de blancas y la ilegalización de la prostitución no tienen nada que ver con seguir disponiendo de sexo cuando a mí, el macho, se me antoje?

El hombre quiso y quiere dominar a la mujer. Y si ahora no lo puede hacer por ley, lo intentará por educación. Toda mujer será insegura, dependiente, inestable, miedosa, débil y manipulable. Aquella que se salga de este marco, aterrará al patriarca, porque estará fuera de su control. Disfrutará del sexo con quien guste, a pesar de las miradas de hombres y mujeres educados para acusarla. Será independiente y segura de sí misma, a pesar de que la televisión le recordará sus medidas no exactas. Será protagonista de su vida, a pesar de que en los libros no haya heroínas, y que los coches grandes siempre sean conducidos por ellos.

¿Exagero? Vayan al cine. Entren en cualquier película. Busquen quién es el protagonista. Observen cuál es el papel de él, y cuál el de ella. ¿Quién salva al mundo? ¿Quién es el aventurero? ¿Quién es la chica con curvas que se deja engañar? Mejor aún... ya que van al cine, entren en la sección infantil. Verán cómo lavan el cerebro a nuestros retoños para que se adapten fácilmente a la sociedad de la testosterona.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Estados crepusculares


Estados crepusculares es una denominación un tanto poética del estrechamiento del campo de la conciencia, esto es, de la reducción tanto cuali como cuantitativa del nivel de conciencia de una persona. Son estados excepcionales, donde la persona sigue actuando como un autómata que luego no recordará lo sucedido.

Sin embargo, a veces me da la impresión mientras observo al resto y a mí misma, de que no son excepciones sino la norma.

                                                                                                                                   

Hay días en los que estoy más viva. Sin motivo aparente, o con demasiados, por momentos salgo de ese estado de focal semiinconsciencia en el que se me diluyen demasiados días de mi vida.

Porque algo cambia. Siempre cambia algo y se me despiertan las células, se me desperezan las sinapsis y los axones, se me rellenan capilares antes yermos. Hago girar la rueda de la intensidad del color, saturando papilas y pupilas y folículos pilosos, como si absorbiera y reflejara un espectro de longitudes de onda mayor del que pensaba que podía tener. Conectada a la vida. Desentumecida. Terremotizada. Con ganas y sin cansancio ni excusas.

Mi madre decía que hay que tener siempre una ilusión. La que fuese. Valía, por ejemplo, querer cambiar las cortinas. También hay que tener algo que leer. Revista, panfleto, ensayo, receta de cocina, da igual.
Si te faltan las ilusiones o las palabras escritas, te pudres.

Un hombre se puso violento, lanzando sillones por los aires. Sucedió ayer. Una mujer se enfrentó a ese hombre violento, y lo tranquilizó. Todo el mundo la consideró arriesgada y valiente. Me dijo después que le tenía miedo a la oscuridad, "porque no la controlo".
El asunto, pensé, es entregarse en cuerpo y alma en todos los casos en los que el miedo no nos paraliza.

A mí, una de las cosas que siempre me tienen aterrada es la pérdida de mi libertad. Es una sensación absolutamente subjetiva, que soy incapaz de traducir y transmitir, pues no existen conceptos para algo, a todas luces, tan ambiguo.

Pero celebro cuando se me llena el vaso de ilusiones, cuando me brota el color de la carne y se me diluye el miedo, celebro cuando los crepúsculos ceden y me siento más libre y me vuelven a florecer las alas, como yo digo.