lunes, 28 de enero de 2013

Mujer-floreciendo






La Mujer-flor alberga una semilla que le crece por dentro, llenándola de raíces, de a poquito. Es una semilla minúscula, hambrienta, que le ha desperdigado ramificaciones por todo el cuerpo, llenándole los sueños, el corazón y el futuro.

La miro y sigo viendo a una mujer entera, íntegra, única. Pero si me fijo bien, puedo vislumbrar a través de su piel minúsculas ramas enrolladas a sus capilares, brotes de vida que le laten en las palabras, en la mirada, en la sonrisa. Me dice que pronto llegará la primavera. No sabe que la tiene dentro, que le está estallando en el centro mismo de su existencia, anegándola de olor a azahar y polvillo de pétalos.

Esta Mujer-flor, Mujer-árbol frutal, hoy re-nace, hoy dibuja un nuevo anillo concéntrico en su tronco. Y celebra la vida.

Y pienso, mientras la escucho y tomamos batido de chocolate, que no hay nada más mágico que una mujer metamorfoseada en árbol, flor, semilla y raíces. Como diría El Principito: "El tiempo que perdiste con tu rosa es lo que la hace tan importante"

Feliz año, florecilla.




domingo, 27 de enero de 2013

El banquete

Me pregunto si una alfombra pensará sobre su destino. 

Dudo si a un gato anclado en el tejado le dará vueltas al sentido de sus silenciosos pasos.


Acertar en el largo plazo es un juego que me gusta. Saber dónde estará cada uno tras un par de lustros. O, desde un nivel de abstracción mayor, apostar por la suerte de esta nuestra especie en un par de milenios. Ahí van mis fichas al rojo: en un organismo que no tiene claro por qué ni para qué existe, ¿creen de verdad que lo seguirá haciendo? ¿Tan poca confianza tienen en la coherencia del ser humano?
 

Ese es quizás el problema, o la solución. La coherencia. Ella es una de las señoritas que se sientan a la mesa del banquete de la vida. Viene de parte de las familias altamente posicionadas dentro de la clase bien del interno mundo humano. En esta ocasión se acomoda al lado de otra estimada jovencita, en edad, aunque no en madurez, llamada soledad. Suele ser silenciosa en su trato, pero hipnotizante en sus miradas. A la derecha de ambas comparten mantel con la ética, la vieja señora engalanada de respeto propio forjado a costa de las patadas recibidas. Entre ellas se sienta un crío insolente y risueño, sexo le llaman. Cuando la conversación torna a divertida, siempre pretende acaparar todas las palabras. Con permiso de su compañera de juegos, claro, que justo enfrente grita aún más. Por risa dicen que responde. Felicidad intenta, mientras se habla, servir vino a todos los asistentes, aunque curiosidad lo rechaza. Prefiere otro tipo de bebida, la de la botella azul. Sentimiento le advierte que quizás no sea lo que espera. Entretanto, el primer plato llega para terminar los entremeses. Pero antes de colocar la servilleta, previamente posada sobre el plato en forma de cisne, servidos estarán los segundos. Y, aunque sin hambre, el postre aparecerá en la mesa, a la espera de que sólo algunos prueben de él bocado. La cena terminará. Varios comensales aún sentados, quizás en paz entre ellos, quizás no.
 

Inventar es nuestro pasatiempo. Tomarlo en serio implica buscar su sentido y ser desdichado en metas, aunque feliz en el camino. Mientras tanto, nuestras periódicas heridas sólo serán lamidas con abrazos ajenos. Si estos, además de curar la piel y la natural inconsistencia de nuestro ser, llegan a compartir, bien por inventiva gemela o bien por casualidad estelar, nuestro sentido de caminar de una cierta manera, algo en nuestro más hondo interior se verá reforzado. Mejor que cuando sus inventos eran para un solo jugador. ¿Por qué? Simplemente llevamos el gen de la inseguridad que requiere la autoconfirmación del otro. Nada más.
 

Somos un triángulo intentando escribir el teorema de Pitágoras.

jueves, 24 de enero de 2013

Cosiéndome


No me cortaron con el mismo patrón, se les perdió la tiza morada que marcaba suavemente el recorrido del hilo, no hubo alfileres sujetándome al nacer. No tengo las medidas esperadas, sobre todo las del pensamiento, ni las pretensiones tampoco. No cumplo los criterios de calidad para salir al mercado, ni las medidas de seguridad. No soy apta para todos los públicos y me logro mantener fuera del alcance de los niños.

Quizás es un problema de grados, coordenadas o quizás no. Quizás es porque mi madre nunca supo coser. Quizás me diferencien los millones de litros de leche ingeridos, las peleas con mis hermanos o el pueblo perdido en el que me tocó nacer en esta reencarnación.

Perdí la cuenta de las veces que cosí sin hilvanarme. La descreencia de que pueda mantenerme dentro de estas costuras por mucho tiempo, sin desparramarme en espuma y vísceras. La necesidad de machacar el dedal que me protege de sangrar mis errores. Perdí la cuenta de los enveses y reveses.

No tengo marcada la línea discontínua por donde cortar.
Y sólo yo empuño esta tijera.
 

domingo, 6 de enero de 2013

HistoriAs


[...] La Europa antigua no tenía dioses. A la Gran Diosa se la consideraba inmortal, inmutable y omnipotente; y en el pensamiento religioso no se había introducido aun el concepto de la paternidad.Tenía amantes, pero por placer, y no para proporcionar un padre a sus hijos. Los hombres temían, adoraban y obedecían a la matriarca, siendo el hogar que ella cuidaba en una cueva o una choza su más primitivo centro social y la maternidad su principal misterio. Por lo tanto, la primera víctima de un sacrificio público griego eraofrecida siempre a Hestia, diosa del Hogar.
No sólo la luna, sino también el sol eran los símbolos celestiales de la diosa. Sin embargo, en la mitología griega más antigua, el sol cede la precedencia a la luna, que inspira el mayor temor supersticioso, no se oscurece al declinar el año y tiene como atributo el poder de conceder o negar el agua a los campos. Las tres fases de la luna nueva, llena y vieja recordaban las tres fases de doncella, ninfa (mujer núbil) y vieja de la matriarca. Luego, puesto que el curso anual del sol recordaba igualmente el desarrollo y la declinación de sus facultades físicas —en la primavera doncella, en el verano ninfa y en el invierno vieja— la diosa llegó a identificarse con los cambios de estación en la vida animal y vegetal; y en consecuencia con la Madre Tierra, quien al principio del año vegetativo sólo produce hojas y capullos, luegoflores y frutos y al final deja de producir. Más tarde se la pudo concebir como otra tríada: la doncella del aire superior, la ninfade la tierra o el mar, y la vieja del mundo subterráneo.
Una vez admitida oficialmente la relación entre el coito y el parto, la posición religiosa del hombre mejoró poco a poco y se dejó de atribuir a los vientos o los ríos la preñez de las mujeres. Parece ser que la ninfa o reina tribal elegía un amante anual entrelos hombres jóvenes que la rodeaban, un rey que debía ser sacrificado cuando terminaba el año, haciendo de él un símbolo de la fertilidad más bien que el objeto de su placer erótico. Su sangre serociaba para que fructificasen los árboles, las cosechas y los rebaños, y su carne era, según parece, comida cruda por las ninfas compañeras de la reina —sacerdotisas que llevaban máscaras de perras, yeguas o cerdas.

  Al principio se calculaba el tiempo por las fases de la luna, y toda ceremonia importante se realizaba en una de esas fases; los solsticios y equinoccios no eran determinados con exactitud sino por aproximación a la siguiente luna nueva o llena. El número siete adquirió una santidad peculiar porque el rey moría en la séptima luna llena después del día más corto. Inclusive cuando, tras una cuidadosa observación astronómica, se demostró que el año solar tenía 364 días, con algunas horas más, hubo que dividirlo en meses —es decir ciclos lunares— antes que en fracciones del ciclo solar.


Los mitos griegos, R.Graves
Judith y Holofernes, Franz  von Stuck