domingo, 24 de marzo de 2013

Realidad

Algunos filósofos decían que lo que distingue al ser humano del resto de animales es que nosotros intentamos cambiar el mundo, no nos basta con adaptarnos del mejor modo posible a él. Ortega y Gasset, por ejemplo, nos describía como ese animal que ante el bombardeo constante de estímulos tiene la capacidad para encerrarse en sí mismo, analizarlos, compararlos, y luego volver con una idea de qué hacer con lo que le rodea.

Y será que viene en nuestros genes, pero la obsesión por cambiar la realidad es la que nos ocupa de por vida. A veces con resultados un tanto desagradables. Pues si nos detenemos a pensar en todos los problemas que tenemos y que tienen las personas a nuestro alrededor, todos se derivan de una mala relación con la realidad. De no aceptarla como es, o de querer cambiarla sin tomar decisiones, sin elegir.

En las matemáticas escolares, cuando en un problema nos preguntaban cuántas manzanas había en una cesta después de saber que compré 8, regalé 2 y me comí la mitad de las que me sobraban... nadie planteaba la solución con una queja constante de por qué tengo que contar manzanas, por qué mi cesta no dispone de un inventario actualizado, por qué no compré, regalé o comí. Nadie planteaba soluciones mirando al pasado, que no se puede cambiar, ni a inventar cestas o manzanas que no existen. La solución siempre venía desde un humilde "esto es lo que hay... qué es lo que puedo hacer".

Sé que la vida real es más compleja que aquellos cuadernillos del Rubio. Pero deberíamos dejar de quejarnos. Ante las circunstancias de la vida, sólo hay dos opciones: aceptarlas o cambiarlas. 

Si las aceptamos, debería de ser sinceramente, admitiendo la realidad, y adaptándonos a ella sin más quejas ni alborotos. Asumiendo que nuestra vida pasa por ahí porque hemos optado por este camino y no por otro. Nadie nos obligó. 

Sin embargo, si decidimos cambiarla, tendremos que tomar decisiones, no dejar que se cambie sola, porque no lo hará. Y no esperar a que la decisión aparezca entre nuestra neblina mental un día cualquiera, porque tampoco lo hará. Decidir es una acción activa que supone aceptar que no se puede tener todo, y que se rechazan muchos caminos para transitar sólo por uno. Si no fuera así, no estaríamos decidiendo, sería simple automatismo.

Entre las dos opciones, hay que recordar, que algunas cosas no están en nuestra mano. Nadie aún tiene la capacidad de hacer que deje de llover, o de adelantar la primavera. 

Decía Antonio Machado que peor que ver la realidad muy negra es el no llegar a verla.
 




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