sábado, 30 de abril de 2011

Ella

yo,
a veces amarga, otras empalagosa

a veces mariposa y otras, demasiado oruga

soy del grupo de humanos
que no siempre huye del dolor
y fomenta a veces esa relación perversa
de dolerse a cambio de saciar la curiosidad

me inculcaron el miedo a ir sola por el mundo
el miedo a lo que los hombres podían hacerle a las mujeres
me enseñaron mi debilidad aún antes de que pudiera demostrar mi fuerza

de pequeña me gustaban los personajes de niñas
que no necesitaban a los adultos
que se burlaban de la autoridad
(que solían ostentarla ellos)

y de grande muchas veces
he buscado referentes
de mujeres parecidas

ya lo dije: me gusta desnudarme delante del espejo
para que, al menos, haya dos ojos mirándome
(todo lo demás, es desamor)

no soy de nadie
aunque haya noches que desearía
tener un dueño que me atase a la cama

no soy siempre todo lo generosa
que podría llegar a ser

ah, otra cosa más
sobre el dolor
sobre Mi dolor:
a veces disfruto viéndome sangrar la herida
aprendiendo a cosérmela
y a perdonar.
otras veces,
no permito que el que osó dañarme
pueda acceder a mi imperio.

y no podría predecir
cuándo encontrarás a una u otra folie
la que te acepte o la que se retire.
es un enigma que ni yo sé resolver

alguien que me quiere mucho siempre me dice
que he venido a la vida a celebrarla

estoy de acuerdo

salud!


Madame Butterfly, de Igor Samsonov

jueves, 21 de abril de 2011

Martes (santo)

Él entraba arrastrando unas chanclas medio descosidas. Era bajito, y parecía aún más pequeño con los hombros cargados. Llevaba pantalones de pinzas y un jersey raído. Una gorra que ha pasado mucho tiempo al sol.
Ella, era alta, muy alta, pero aun así, tenía el mismo aspecto desvalido. Apretaba fuerte el pañuelo que traía entre las manos.

Los senté en la sala, y les hablé, obviando las palabras clave. Aséptica.
No quise repetir las verdades; con una vez, por hoy, basta.

Ya llevaba yo la angustia en la garganta, las lágrimas preparadas: pena. Y no se qué resorte saltó, cuando les pedí que me firmarán:
“No se escribir”
Yo fui su mano rellenando nombre y apellidos: "El carné, por favor". Ahora me sentía identificada con el destino trágico, anticipando la lucha desigual que comenzaba justo en aquel momento. Estaban todavía muy fuera de entender la realidad que acababa de estrellarse contra ellos.

Les acompañé, tocándole el brazo, a ver a su hijo; fui incapaz de quedarme con ellos.

Esperé a que salieran: el hijo permanecía en un sueño artificial, midazoliano. No creo que estuviese ajeno a todo esto, lo sabía. Hace tiempo que tenía síntomas que se atribuyeron a otras causas. Probablemente, la descubierta hoy sería la final.

Cómo me joden las limitaciones a veces; no ser los dioses o adivinos que ellos esperan.


viernes, 15 de abril de 2011

Treinta segundos

Los griegos distinguían tres tiempos diferentes: El tiempo de los mortales, la lucha por sobrevivir, la injusticia, el trabajo, lo efímero... era el tiempo de Chronos. El tiempo de los dioses, eterno, de la plenitud y la perfección, del cosmos... era el tiempo de Aidion. Y un tercero, el tiempo del instante eterno, el enlace fugaz entre los anteriores, el de la divinidad rozada por segundos con la yema de los dedos, el del arte, el del beso, el del orgasmo... era el tiempo de Aion, el rayo entre la tierra y el cielo, entre lo mortal y lo inmortal.

Ella caminaba entre la gente. Vestía ropas transparentes para ser invisible a miradas ajenas. Se acercaba a las parejas, a los grupos, a las conversaciones. Casi cerraba los ojos para concentrarse en las palabras. Luego los abría, y recogía el gesto. Siempre pensó que todos hablamos demasiado. Se discute demasiado. Nacimos para gritarnos. Será necesidad. Igual que quien ama a la persona que no existe intentando cambiar a la que es para que sea otra. Igual que quien no deja de hundir para olvidar su hundimiento. Igual que quien busca la aprobación ajena a una vida que tiembla. Esto es lo que nos hace hablar sin escuchar. Ella hacía tiempo que le pesaba la imposibilidad de ser comprendida. Las palabras le abandonaban. La complejidad le levantaba muros para hallar humana complicidad. Ya no sabía hablar, y casi olvidaba escribir. Why is it so hard to talk?

Cuando la gente viaja en bus urbano se pierde entre auriculares o acariciando teléfonos. A veces, dirigen fuera la vista perdida, repasando fachadas de aburridos edificios por su rutina diaria. El rojo de un semáforo vive periódicamente lo que requiere en función del caos circulatorio que nosotros, pobres desperdiciadores de vida, provocamos yendo puntual a nuestra cárcel oficina. Las anchas avenidas hacen que dos autobuses puedan cruzarse en carriles paralelos en un rojo fugaz para encontrar miradas confidentes, entre dos líneas de destinos y paradas distintas. Miradas clavadas, sin palabras ni parpadeos. ¿Treinta segundos? Antes de volver el verde, y seguir girando las ruedas, la ciudad, el mundo. Dos personas. El alma que hablar puede con los ojos también puede besar con la mirada. Fue un Aion, un instante de eternidad a través de dos lunas vidriadas.

jueves, 14 de abril de 2011

Sobre mujeres


A retazos, voy construyendo una realidad que, pese a empeñarme en llamarla así, se me antoja un escaparate en el que me siento permanentemente al otro lado del cristal.

Ayer entré en una tienda de ropa [cuyo perfil de consumidoras es mujeres jóvenes] y me quedé por un momento observando la escena de luces, música, cuerpos moviéndose y esquivándose. Me fijé en cómo la mayoría se acercaban interesadas a un perchero cualquiera, tiraban hacia afuera de una prenda y tras un rápido vistazo la soltaban con un gesto de desdén. Coño, me pareció increíble cómo la mayoría de las chicas tenían la misma manera de curiosear entre las prendas, con cierta actitud de desgana, de desprecio incluso al apartar camisetas abandonadas sin percha. Algunas eran muy jóvenes, les calculé unos doce años. Pero también ellas mostraban ser conocedoras de los movimientos precisos, de esas normas tácitas de elegir y adquirir.

Conozco a mujeres que quieren quedarse embarazadas pero no lo anuncian para que la presión del exterior se mitigue. Otras, las que han anunciado la intención, me confiesan sentirse de alguna manera evaluadas si el tiempo corre y la sangre sigue llegando puntual a su cita del mes.

Sabonis, mujer que asiste a mujeres, me contó historias preciosas. Sobre la sensación de tener las manos propias cubiertas de sangre de la mujer de cuyas entrañas acaba de extraer a un recién nacido. Sobre la sensación de tener que intervenir a mujeres cuyo himen ha estado indemne hasta ese momento en el que sus manos provistas con bisturí se abren camino, entrañas adentro.
[cabe decir que insistí a Sabonis que se uniera y escribiera por ella misma estas joyas que vive cada día... supongo que no le importará que le haya robado las palabras]

Hoy una de mis compañeras de trabajo olía a jabón verde.

De adolescente hacíamos una especie de juego, preguntándonos las unas a las otras si preferíamos ser monja o puta. Yo elegía a la segunda, casi por intuición.

Ya lo he dicho alguna vez: me abandono a la curiosidad de conocer a las antiguas amantes [me siento como jugando a iluminar con una linterna la cara oculta de la luna]. Y me dejo llevar por las sensaciones, me hace sentir viva.
Nunca sabes si es mejor que fuesen guapas o feas, listas o tontas, buenas o malas.
No me olvido que, seguro, algo llevo de ellas.
No es posible escapar de repetir una y mil veces la manera de vincularse con los demás.

Hace unos minutos, en una papelería, dos mujeres renegaban de la maternidad [con los hijos delante, jugando con la plastilina]. Han dicho mirándome, uy, vamos a asustar a la jovencita.

¿Jovencita?

He venido a casa pensando en la idea del cristal del escaparate, mientras tarareaba Tan joven y tan viejo, de Sabina...

martes, 5 de abril de 2011

(Del lat. parabŏla).

Hay una península ibérica íntegra atravesando mis días.

Cada día me despierto y emprendo camino. Mil kilómetros. Y me armo de palabras para recorrerlo.

Palabras a mi espalda, que a veces me pesan demasiado [las respuestas a mis preguntas prohibidas que nunca quise escuchar]
Afilo a golpes de cuchillo palabras para cuando necesito defenderme [usándolas como alfileres de budú].

Geografía. Atlas. Mapas. Territorio. Agua, tierra, aire.

Caigo en la tentación de gastar frases enteras a cambio de un carromato al que subirme un trecho del camino. O me sirven de abrigo o de venda para los pies.
Algunas de ellas son palabras escondidas, tengo que llevarlas pegadas a la piel para que no se me noten debajo de la ropa y poder atravesarlas de estraperlo por toda la península.
Y hay veces que no tengo una palabra caliente que llevarme a la boca.



Cada día me armo de palabras, me sueño en palabras, me masturbo con palabras, me duelo con palabras, me despeño, me escalo, me ahogo, me hielo, me seco, me entierro, me siento viva con palabras.

Mil kilómetros. Cada noche llego exhausta a mi destino, muchas veces sin palabras, amor, o con palabras inservibles o inapropiadas, porque las correctas las perdí o me las confiscaron vete tú a saber en qué hito del camino.

Pero siempre llego. Muda o deshilachada, me quedo dormida mientras tú reconstruyes con saliva los fonemas rotos que llevo colgando.
Y cada mañana vuelvo a despertar a mil kilómetros de distancia.

domingo, 3 de abril de 2011

VII Programa Marco

Fue el viernes. Estaba rodeado de gente entusiasmada. Con su trabajo, con la investigación, con la tecnología, con la informática. Nos presentaban en una jornada un taller para crear propuestas al VII Programa Marco, un proyecto de la Unión Europea que incentiva el I+D+i con 50.000 millones de euros en 7 años. Aquella gente sonreía y hablaba de ideas para un mundo mejor. Un mundo, por ejemplo, en el que nadie pueda perderse en un parque natural gracias a las RFID o al GPS. Parecía ciencia-ficción. Hoy, paseando, veo que ese mundo ya está entre nosotros. Sentaos a observar en la calle aquellos que se quedan solos durante un momento. Es imposible encontrar a nadie despegado de unos auriculares o un teléfono. Me pregunto qué será de nuestra generación que ya no piensa ni siquiera cuando nos quedamos a solas con nosotros mismos en la calle, ni siquiera alejados de la televisión, ni siquiera en las caminatas de vuelta a casa.

Ahí estaba yo, rodeado de informáticos escuchando conferencias tecnológicas. Como uno más, porque, aunque renegado, aún soy uno más. Y mientras intentaba recordar cuándo fue la última vez que tuve una conversación con alguien sin que me interrumpiera el grito de un teléfono móvil, me preguntaba cómo de mejor realmente podríamos hacer este mundo dedicando esos 50.000 millones a otras ciencias menos comerciales. A premiar en la política, la ética, la justicia... Cuántas grandes ideas encontraríamos... Claro que nadie iba ahorrar para comprar un ensayo filosófico pudiendo gastar diez veces más en una tableta que acariciar con el dedo...

En los descansos, en lugar de tomar café con mis colegas, me paseé por la facultad. Mi antigua facultad. Me asomaba a las clases con curiosidad para reconocer viejos profesores y encontrar nuevos alumnos. Vi con un no sé qué a esos universitarios sentados atendiendo a la pizarra. Me imaginaba entre ellos años atrás. ¿Sabrían a qué mundo iban a dedicar gran parte de sus esfuerzos mientras tomaban notas del divide y vencerás? ¿Lo sabrían?