domingo, 27 de enero de 2013

El banquete

Me pregunto si una alfombra pensará sobre su destino. 

Dudo si a un gato anclado en el tejado le dará vueltas al sentido de sus silenciosos pasos.


Acertar en el largo plazo es un juego que me gusta. Saber dónde estará cada uno tras un par de lustros. O, desde un nivel de abstracción mayor, apostar por la suerte de esta nuestra especie en un par de milenios. Ahí van mis fichas al rojo: en un organismo que no tiene claro por qué ni para qué existe, ¿creen de verdad que lo seguirá haciendo? ¿Tan poca confianza tienen en la coherencia del ser humano?
 

Ese es quizás el problema, o la solución. La coherencia. Ella es una de las señoritas que se sientan a la mesa del banquete de la vida. Viene de parte de las familias altamente posicionadas dentro de la clase bien del interno mundo humano. En esta ocasión se acomoda al lado de otra estimada jovencita, en edad, aunque no en madurez, llamada soledad. Suele ser silenciosa en su trato, pero hipnotizante en sus miradas. A la derecha de ambas comparten mantel con la ética, la vieja señora engalanada de respeto propio forjado a costa de las patadas recibidas. Entre ellas se sienta un crío insolente y risueño, sexo le llaman. Cuando la conversación torna a divertida, siempre pretende acaparar todas las palabras. Con permiso de su compañera de juegos, claro, que justo enfrente grita aún más. Por risa dicen que responde. Felicidad intenta, mientras se habla, servir vino a todos los asistentes, aunque curiosidad lo rechaza. Prefiere otro tipo de bebida, la de la botella azul. Sentimiento le advierte que quizás no sea lo que espera. Entretanto, el primer plato llega para terminar los entremeses. Pero antes de colocar la servilleta, previamente posada sobre el plato en forma de cisne, servidos estarán los segundos. Y, aunque sin hambre, el postre aparecerá en la mesa, a la espera de que sólo algunos prueben de él bocado. La cena terminará. Varios comensales aún sentados, quizás en paz entre ellos, quizás no.
 

Inventar es nuestro pasatiempo. Tomarlo en serio implica buscar su sentido y ser desdichado en metas, aunque feliz en el camino. Mientras tanto, nuestras periódicas heridas sólo serán lamidas con abrazos ajenos. Si estos, además de curar la piel y la natural inconsistencia de nuestro ser, llegan a compartir, bien por inventiva gemela o bien por casualidad estelar, nuestro sentido de caminar de una cierta manera, algo en nuestro más hondo interior se verá reforzado. Mejor que cuando sus inventos eran para un solo jugador. ¿Por qué? Simplemente llevamos el gen de la inseguridad que requiere la autoconfirmación del otro. Nada más.
 

Somos un triángulo intentando escribir el teorema de Pitágoras.

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