miércoles, 31 de agosto de 2011

Circo


Como caramelos de caramelo con los labios pintados de rojo. Y desnuda.
Los caramelos me los trajo mi amiga que trabaja en Francia, el carmín lo compré en los chinos y la ropa me la ha arrancado el calor.

Palabras-chinotes (en tu zapato.)

¿Desde cuándo mi sufrimiento se convirtió en una agresión para ti?
(yo lo sé, fue desde siempre)

Y me repito: no puedes ser tan categórica
pero, ¿cómo se hace para que los sentimientos sean reflexivos y estén exactamente en la medida justa?

Lo sé, estás perdido.
Yo también, por supuesto

y entonces, ¿qué hacemos con esta Folie que da volteretas y se nos descalabra en nuestra cara?
tú le regalarás tu paciencia y tu calma y tu positivismo. yo la disimularé tras artificios de ocultación

Aclaración: aún no tengo reliados los hilos que me hacen bailar en el teatro de títeres que vengo representando

Ojalá no sientas cada una de mis lágrimas como ácido sobre tu piel
Ojalá no interpretes cada uno de mis mails como alarmas de incendio
Ojalá tu cabeza asienta silenciosa a cada una de mis palabras
Ojalá no me salves, ni me quieras salvar, ni yo te lo pida
Ojalá yo nunca sea el espejo por el que miras el pasado o el futuro
Ojalá mi ejército se ponga en huelga de vidas y se dejen disparar a quemarropa
Ojalá puedas remar a contracorriente hasta encontrarme y hacerme dejar de soplarte huracanes
Ojalá haya alguna respuesta (muda o de palabras o de acción) que pueda calmar mi pregunta
Ojalá estés después de que yo te haga desaparecer por arte de magia

lunes, 29 de agosto de 2011

Elegir-me

Te hablaré... de cuando a veces me siento desnuda y con frío. A veces me voy quitando velos y más velos, van apareciendo centímetros de piel... es mía esa piel y ya sin capas que la protejan queda expuesta al frío, al aire, a la mirada del otro. A tu mirada que da escalofríos.

Tengo miedo. Esto no se dice, no debería decirlo. Debería no hacerle caso al sentimiento, racionalizarlo, minimizarlo, creerme el absurdo que es. Y por supuesto debería guardarlo para mí, fingir que nunca lo he sentido o, si la conversación lo requiere, admitir que se puede tener algo de miedo, pero sin importancia. Nunca debieras saberlo tú, va en contra de la imagen que debo darte, la de chica alegre y atrevida. Las niñas malas no tienen miedo, no temen el dolor físico ni se asustan por las consecuencias de sus desmadres. No se puede tener miedo, porque eso del miedo es cosa de princesas. Y yo no puedo permitirme ser tu princesa, tengo que parecer rebelde y despreocupada, no amedrantarme sin sentido.

Elegir implica excluir y tolerar la falta.
(me parece una frase brillante)

Amor, quédate tranquilo, tengo un plan. Prepararé un brevaje para no generar más preguntas, para ser sencilla en mi manera de ver el mundo. Me coseré a la piel la curiosidad y el miedo, me tatuaré la corona de princesa en una de mis ingles (prometo no llorar cuando mis manos empuñen la aguja caliente).

Lo que no te prometo es que pueda seguir levantándome temprano cada mañana para ir a trabajar, como si todo siguiera igual.

domingo, 28 de agosto de 2011

Un ser humano

Con un libro en la mano sobre antropología filosófica estudio qué es el ser humano. Lo hago sentado junto a la ventana abierta de mi piso desde donde, desgraciadamente, no veo verdes campos, ni altas montañas, ni siquiera una plaza urbana. A pocos metros (el ancho de una calle peatonal) contemplo la escondida vida de otros vecinos desde sus ventanas parejas a la mía, aunque ellos guardan su oscura vivienda con persianas dormidas.

Repito pensamientos leídos de Ortega y Gasset... "el ser humano que habitaba el paraíso inmerso en la naturaleza sin problemas se hace humano cuando comprende la muerte y el límite del tiempo" ... "lo que más vale del hombre es su capacidad de insatisfacción" ...

En estas, me pregunto cuánto cabe en ese ser humano donde incluyo mi propio yo. Supongo que también deben ser humanos el matrimonio que desde la ventana opuesta entreabierta lanza gritos recíprocos y malas palabras de rutina y vida hastiada, cansados de no ser libres el uno del otro. Incluso ahí dentro de esa humanidad está otro habitante de la planta baja empeñado en que la música que escucha también sea escuchada por todo el barrio.

Empieza a despertarme cierta misantropía el repaso al catálogo de humanos disponibles en mi alrededor, unos más cercanos a los pre-sapiens que otros. Luego caigo en el propio Ortega y Gasset, también miembro de este club. Y sin saber por qué, recuerdo a aquel desconocido que se puso delante de un tanque. Ver de nuevo su imagen alienta cualquier esperanza:




domingo, 21 de agosto de 2011

Solo

Siempre que me pensaba en mi adolescencia me imaginaba en esta edad viviendo de urbanita solo en un pequeño apartamento. Acerté. Ahora me pienso sexagenario, ya no sé si en la urbe o en el campo, pero también viviendo solo.

Las paredes de una casa sin compañía dan para muchas reflexiones. Incluso para encontrar nuevos amigos. Pues no vivo como tal con nadie, pero comparto espacio con extraña compañía. Tengo una pareja de gatos conmigo (son imaginarios), se llaman Moqueta y Gamuza. El primero es un bohemio, que asiste a tertulias de literatos. El segundo es menos extravagante y más trabajador. También vivo con Calcetín, una planta que ahora se ha echado novia, una tal Pachira, un tanto exótica. En un rincón del baño se ha instalado hace algo más de un mes una araña, aún no le he preguntado su nombre. También está conmigo mi hijo Gordo (igualmente imaginario, claro) fruto de una antigua relación de amor. Incluso hay un montón de viejos autores alojados en unas baldas con los que de vez en cuando converso en silencio.

Hay días que es maravilloso llegar a casa, cansado de ruidos, cansado de la gente, cansado de vivir ahí fuera. En estos días, supone un placer inmenso el cerrar la puerta desde dentro, sabiendo que has llegado a tu madriguera. Que podrás hacer lo que necesitas en ese instante sin interferencias: pensar, leer, desnudarte, masturbarte, escribir, beber, dormir, llorar...

Hay días, sin embargo, que al llegar a casa, notas que ninguno de tus fantásticos compañeros de piso puede hablarte. Y echas en falta a alguien sentado en el sofá que ría, o a alguien a quien abrazar cuando intentas dormir y no puedes, o a alguien que no te haga sentir tan solo.


sábado, 20 de agosto de 2011

Sólo preguntas

Hoy un libro me ha explicado que los movimientos sociales que provocan cambios políticos son iniciados por un grupo de personas que interpreta la realidad de una manera diferente a como la interiorizó en su infancia, cuando se revela frente a su herencia cultural. Me pregunto cuántos movimientos sociales podría iniciar esta misma noche. Cuántos genes de tradición legitimada me quedan, nos quedan.

Hoy el cine me ha contado la historia de un hombre de 38 años que, tras las muerte de su madre, escucha la confesión de homosexualidad de su padre con 75, que morirá poco después, pero feliz como nunca. El hijo no es capaz de creer en el amor. Me pregunto cuántos matrimonios infelices persisten, cuántos de nuestros padres no se aman. Cuántos amores viviré y por cuántos meses los dejaré vivir.

Hoy algún periódico online me ha mostrado policías apaleando jóvenes en Madrid. La empatía me hace retorcerme con imágenes así. Esta semana se han cumplido 40 años del experimento de la cárcel de Stanford donde, en la línea del de Milgram, se vieron humanos que, con el uniforme de la aprobación supervisora, perdían toda piedad. Me pregunto cuántos posibles Adolf Eichmann se cepillan los dientes cada mañana. Cuánto rencor y soledad habita en nuestro interior para arrojarlo en quien se deje.

sábado, 13 de agosto de 2011

Cambiar para vivir

Los rincones a descubrir por las calles de la ciudad cada vez son menos al pasar de los meses y los años. Cualquier humano interesante es exprimido en un puñado de profundas conversaciones. En el amor, a pesar de todo, tras unos años, el estómago deja de encogerse al roce de la piel. Las curvas de tu cuerpo, asesino de razones, se quedan en placeres mecánicos tras por ellas haber derrapado. El supremo manjar es nada como almuerzo rutinario. La belleza desde cualquier cumbre apenas agita el corazón unos segundos, un minuto tal vez.

Cuando encuentras algún viejo conocido al que hace tiempo no ves, se conversa sobre todos los cambios, todas las novedades que pueblan ahora nuestro camino. Pero lo que permanece es obviado, es considerado no-vida, no digno de mención. Nuestra religión es lo nuevo. Y somos tan fieles a ella que no soportamos la rutina de establecernos porque sería dejar de vivir. No aceptamos un futuro escrito. El miedo nos paraliza si vislumbramos dónde o con quién estaremos de aquí a dos lustros. 

Cuando cada ciertos meses vuelvo al pequeño pueblo donde crecí, siento como el tiempo puede pasar sin que nada cambie. Me pregunto como toda esta gente puede vivir resignándose a la rutina de días iguales. Siendo, en parte, herejes de lo nuevo. Y a la vez que te niegas a vivir así, también hay algo de ti que siente cierta envidia por ese vivir sencillo.

Tal vez las cosas nunca cambian. Tal vez sólo nosotros seamos quienes cambiamos.

domingo, 7 de agosto de 2011

Bultoma

Salud o Jesús es el acto de cortesía en forma de palabra que habitualmente pronunciamos ante algún estornudo que llega a nuestros oídos. Los ateos preferimos hacer uso del primero. Se supone que, antiguamente, cuando la peste asolaba la vieja Europa, a quien estornudaba lo denunciaban gritándole esta expresión en nombre de dios y de la comunidad que quería salvar su vida de la epidemia. En la India o en Japón tenían (y conservan) una concepción más agradable del acto reflejo producto de la irritación de la mucosa nasal: cuando se produce, es porque alguien está hablando de ti, o alguien que te quiere te está recordando en ese momento.

No obstante, volviendo a occidente, el estornudo clásico ha perdido todas sus connotaciones. Su sustituto contemporáneo propio del avanzado siglo XXI es el bulto, o el bultoma según los términos médicos de ese dialecto ajeno a la RAE inventado para proteger la sabiduría de la profesión.

Cuando el individuo de a pie actual llega a casa aparcando su Ford Focus, sube en el ascensor mientras se fija a través del espejo en su ropa de rebajas, deja el HTC encima de la mesa, enciende la televisión buscando entretenimiento mientras se prepara alguna pizza en el microondas... y de repente nota una elevación en alguna parte de su cuerpo antes no detectada (en el cuello, en el abdomen, en la ingle...) el mundo se detiene. La peste moderna es el mejor spa para desconectar de trabajo, amor, familia, hipoteca y todo lo demás: el cáncer llama a tu puerta y lo demás no importa. Y el prepotente ser humano tiene que bajar de su pedestal tecnológico para agachar la cabeza ante la muerte y rogarle que le aleje de la enfermedad.

Aprender a vivir es aprender a morir.

Igual que cualquier estornudo del siglo XVI no siempre era peste... los bultos del tercer milenio suelen quedarse en simples días de reflexión, que tras un análisis médico, retornan al sufrido pensador a su vida cotidiana.