viernes, 31 de diciembre de 2010

Shhh... sólo es un año más

De pequeños, algún día que no recordamos, alguien nos enseñó que la semana tiene 7 días y el año 12 meses. Un poco más mayores, también aprendimos que para vivir sólo dispondríamos de un puñado de años, que no viviríamos eternamente. Esto nos produjo tal impacto emocional que algunos lo olvidaron para siempre y otros no se lo pueden quitar de la cabeza.

Por aquel tiempo también nos enseñaron a contar. Y a desear, aunque para esto ya veníamos preparados de fábrica. Y entre estas simples tareas se nos van nuestros esfuerzos, en desear y en contar los años que nos quedan. Y en cuadrar las cuentas para obtener buen balance. Pero muchas veces nos perdemos en la teoría antes que en la práctica, porque es difícil saber qué deseamos y saber cuándo y cuánto tiempo tenemos. Así que muchos optaron por dejarse llevar por otros, otros que cuentan y desean en su lugar.

No obstante, en fechas como hoy, repasamos las cuentas pendientes. Nos recreamos si estamos en la cresta de la ola sin creérnoslo, dejamos caer los ojos recordando tiempos mejores, apretamos el puño con esperanzas en nuevos esfuerzos, o sonreímos tristemente si ya perdimos la inocencia.

Esta noche se celebra alrededor del mundo entre cava, gambas, borracheras, corbatas, peluquerías y gorros de fiesta. Yo siempre me identifiqué con aquellos que la sentían como una noche algo triste. Quizá sea porque nunca tomo uvas, o porque el acohol despierta aún más mi melancolía filosófica, o porque no delegué la obligación de contar y desear.

jueves, 30 de diciembre de 2010

La mala leche

La escena es de esta mañana, en la zona de embarques de un aeropuerto al norte de este país. Yo, sentada leyendo al Karmelo Iribarren. Con el rabillo del ojo controlo la fila interminable de personas que, por aquello de no tener asiento asignado en el avión, soportan con estoicismo el tiempo que haga falta de pie, con tal de pescar una ventanilla que llevarse a la boca.
Todos abrigados hasta la campanilla ya que por megafonía se encargan de repetir hasta la saciedad que sólo un bulto por persona, las cámaras, bolsos, [...]deberán ir en un sólo equipaje de mano... Así que si rebobino la escena un poco puedo imaginármelos, momentos antes, deshaciéndose de capas y capas de ropa para pasar el control de acceso, donde cada vez te hacen quitarte más elementos del vestido, sin que nadie te informe de los motivos para tal invasión de la intimidad.
Bien, pues el problema empieza cuando la trabajadora que supervisa a ojillo de buen cubero las dimensiones del equipaje le pide -de malos modos- a un señor que compruebe su maleta introduciéndola en el molde metálico que tienen a disposición del cliente para tales contingencias. El señor obedece, pero de muy mala hostia, lanzándole improperios e incluso empujando levemente a la mujer a su paso (yo era testigo en primera fila del hecho, ya que con las voces había levantado la vista del libro).
A partir de ahí, y con un funcionamiento tan humano como terrible, la tipa se vuelve déspota y radical, utiliza el poder que en ese momento cree ostentar para, a golpe de índice acusador, obligar a todos aquellos pedestres a comprobar la maletilla de marras. Los hacía pasar por el molde ése, sin mirar siquiera si cabía o no, tal era la magnitud de su maldad; mientras, aun sin ser vigilados, y con ese afán de hacer las cosas bien que nos invade cuando menos necesario es, los humanos se afanaban por apretar sus pertenencias para ajustarlas a los hierros rígidos e impasibles.
Y es que tiene tela, cada cual en un momento puede tener cierta autoridad sobre otros... y el seguir siendo humano y razonable en esas circunstancias parece que fuese tarea titánica. Pensé en los policías, en los políticos, el el funcionario que tiene que sellarte no sé qué papelito y está hablando con no sé quién, en los padres que le tocan a cada hijo, pensé en el ejército, en el médico y el enfermero y el auxiliar de enfermería y el celador, pensé en los curas, en los alcaldes, en todos los jefazos que se indignan cuando una tipa de un aeropuerto les obliga a apretar su maletita y luego lo pagan vía móvil con el último mono de su empresa.

Total, que era un ejemplo más de cómo nos permitimos, si nos tocan un poco las pelotas, descargar sobre los demás, y si puede ser, sobre esos demás que no pueden levantarte la voz.

Al fondo, unas lucecitas deseando feliz navidad.

Menos mal que siempre nos quedará la poesía para salvarnos la vida.


VENCIDO

Vencido, una vez más. Por el amor,
el odio, o por la vida
que no hace concesiones
ni da treguas. Aquí,
en la esquina de un siglo
tan inútil como lo fueron
todos. Y también
tan sanguinario. Fumando
un cigarrillo. Indiferente. Viendo
cómo la gente se destroza,
y sin sentir nada en especial.




martes, 28 de diciembre de 2010

Escarabajo

Yo era un escarabajo verde viviendo entre humanos. Lo descubrí en el instituto:
Siempre había sentido algo moviéndose incómodo debajo de la piel, no podía dormir por las noches ni sonreír. Un día frío y gris me vi los ojos rojos, de llorar, dos genas y unos élitros…era un coleóptero. Como una indigestión no tuve más remedio que aguantar lo que no quise asumir.

Me esforzaba en hablar y andar como ellos. Fingía con más o menos éxito, más menos que más, ser como el resto. Nunca me dijeron nada, creo que nadie vio mis pequeñas alas toscas, aunque debían notar alguna cosa extraña en mi fisonomía pues nadie quiso besarme, mis amigos me dejaban de lado, incluso mi familia desoía los lamentos de mi lengua nativa…
Al final, encontré un amigo, una cigarra. Un bichito libre, que volaba, cantaba y me llamaba a-mi-gota…
Desde entonces, todo fue a mejor, fui un escarabajo feliz; a ratos, porque ya se sabe, los escarabajos somos melancólicos por naturaleza. Me he sentido alegre con los insectos que tropezaban en mi vida, también con los humanos...
Yo era un escarabajo y no tenía miedo,
Era un escarabajo y estaba orgullosa.

Pero en unos meses la piel ha recubierto mis alas metatorácicas, las de volar. Ahora me besan, me ven y me tratan como a un humano, es lo que siempre quise. Miro mis manos y están llenas de carne caliente y sangre.
…echo de menos mis antenas.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Más imposturas...

Hace ya muchos años solía preguntar en reuniones informales, emulando al Gala, si eran amados o amantes.

Me distraían las respuestas.



Nos enredábamos en disquisiciones dulces, intercambiando los papeles, las máscaras. Identidad y símbolo, juego e impostura.
Se defendía el invisible carácter activo del amado. Se intentaba despreciar el amor ególatra del amante.

Pero sin duda, lo de amante sonaba más divertido.

Llevo una etiqueta brillante colgada del cuello que reza:
"Advertencia: el uso del amor con este producto puede conllevar graves problemas de salud. No usar en caso de padecer enfermedades del corazón"

In-suficiencia cardiaca.

Recorrí ciudades de noche con labios pintados y perfume de frutas, tocando timbres a horas intempestivas.
Jugué a ser la exclava, la sumisa, el objeto de deseo. Dúctil y maleable, pero inaprensible.
Una mujer-pupitre me dijo: "eres un escaparate de cosas maravillosas... con un cristal imposible de traspasar"
Desgasté aeropuertos, trenes, geografía.


Yo siempre contestaba que era amada. Nunca lo fui.

domingo, 26 de diciembre de 2010

RESPONSABILIDAD

“Crisis”, la palabra de moda, el término más usado de los últimos tiempos, ese fantasma, esa sombra negra planeando,… Todos hablamos de la crisis, pero ¿sabemos lo que es? Yo tengo sólo una vaga idea que he ido formando de conversaciones que no he podido evitar, del informativo de turno de la sobremesa, y de algún que otro reportaje,…todo ello me convierte en una absoluta negligente del tema.
Mis nulos conocimientos económicos se mezclan con mi escaso interés con la política (hecho que quisiera remediar, pero no puedo) Por eso me pregunto, ¿todo, todo, es culpa de la crisis? (si alguien lo sabe, por favor que conteste) Yo tengo la sensación de que “la crisis” es una excusa perfecta para algunas cosas.
Pero incluso yo, más que profana en la materia, veo que hay algo que se puede hacer, lo primero, ser responsable. Estas fiesta en el pueblo no he podido dejar de sentir rabia de aquellas personas que se vanaglorian de trabajar “en negro” y cobrar el subsidio de desempleo, gracias al cual tienen un terrenito con chalet y piscina. También los hay que usan su beca de estudios universitarios para comprarse el i-phone o la blackberry, porque gracias a dios, sus padres pueden pagarle todo. Y los que les piden a los abuelos que les den sus analgésicos, que con receta roja son gratis, para así no pagarlos ellos…¿tengo que seguir? No se cuánto supondría en dinero si toda esta gente que no necesita de ayudas decidiese por responsabilidad con el resto, ser honrados; pero algo al menos sería.
Que yo también veo gente que no puede comprarle a su nieta una pomada para quitarle el dolor de unas aftas o madres que no pueden criar a sus hijos en casa porque se la embargan…
Y veo, que no veo solución, que pienso y pienso y me siento incapaz de imaginar una estrategia que vuelva esto más justo; y esto por hablar de lo que veo a dos metros de mí, que si hablamos de más lejos ya no sé ni qué decir…

Desilusión, decepción, desmotivación,…

jueves, 23 de diciembre de 2010

Compartir cama

Soy de los que han crecido viendo discutir a sus padres. Pensando que el amor, o lo que yo quería por amor, era otra cosa. Recuerdo que de pequeño decía... si yo quisiera de verdad a mi pareja, no sería así....
Más tarde he comprobado que aquello que les ocurría (y les sigue ocurriendo) a papá y mamá no era algo excepcional. Son demasiados los que entienden por amor algo muy diferente a lo que yo dibujo. Relaciones basadas en ese enamoramiento fugaz de unas sonrisas, unos ojos, un cuerpo... en ese instinto físico que te lleva a procrear con pareja temporalmente estable... en esa idealización del hombre príncipe y mujer princesa... en esa presión cultural de fracasar si la soledad es quien te acompaña a los treinta.

El amor alejado del conocimiento y admiración de la persona amada, de compartir sus valores, sus prioridades, su visión de la vida.

Veo matrimonios cincuentones que se echan en cara reciprocamente su propia infelicidad, su fallo al elegir, y su cobardía por preferir la mala elección a la soledad tardía. Veo adolescentes intentando presumir de la belleza de su novio o novia sin capacidad de valorar a las personas por algo más allá de ojos ajenos. Veo a mi generación perdida en relaciones que fallan e intentan adaptar con martillo y cincel. Veo orgullos, insultos, llantos y tristeza rancia.

Siempre me queda la duda de cómo se puede discutir, odiar, menospreciar, dañar, pisotear a una persona... y compartir luego cama con ella. Algunas cosas se rompen en el primer insulto.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Mis viejos

Yo nací y me crié en un pueblo alejado de núcleos urbanos. En una calle donde se jugaba en la carretera, los coches eran sólo esporádicas interrupciones. Recuerdo que la gente mayor podía ser condescendiente con los niños que jugaban u odiarlos si rozábamos con la pelota sus paredes recientemente encaladas. Amas de casa que sobreviven con su paga de viuda, viejos solterones que en su día recorrieron Europa, matrimonios enfermos que sólo se tienen mutuamente. Vidas basadas en limpiar durante el día, poner los garbanzos en la mañana, ver el parte, el tiempo y la novela, dormitar durante la tarde, y creer lo que la tele diga antes de dormir. Asomarse a la puerta de la calle buscando con quien rumorear (la que ha dejado al marido, el que tiene cuernos, la que está embarazada) También se preguntan por los dolores, los del cuerpo (voy tirando). De los otros no se habla, se llora.

Cuando te vas a la universidad, a alguna ciudad lejana, esos vecinos salen a despedirte como si no fueras a volver (puede que ellos, como yo, supieran que no iba a volver). Te dan besos como si fueras a la guerra. E incluso te dan algo de dinero. Y cuando te ven regresar en vacaciones te preguntan ¿qué tal el trabajo, qué tal la ciudad, tienes ya novia? Siempre preguntan lo mismo. Siempre contesto igual.

Vidas sencillas que fueron esas personas mayores con las que nunca hablé nada importante. Pero que todas tenían un extraño afecto pueblerino por mí, por uno de los niños de la calle que se fue a la ciudad. Personas que han muerto en la rutina de una vida sin necesidad de exprimir nada. Sin coches, ni ordenadores, ni libros, ni viajes. Sin mar ni bosques. Criados en tiempos de postguerra, de hambre. Sabiendo que la vida de televisión, de dios, de frigorífico lleno y casas limpias era todo lo que querían.

La mayoría enfrentan la muerte en soledad. Sin hijos, sin pareja. Viejos que murieron en la cama de madrugada sin nadie a quien llamar. Viejos recién operados de cáncer que sus hijos envían a residencias para que allí vivan sus últimos 20 días. Viejos desfigurados en camas de hospital que nunca antes habían ocupado. Viejos abandonados en asilos que mueren en manos extrañas. ¿En qué pensarán?

sábado, 18 de diciembre de 2010

ESTÁS VIVA


Pesa 550 gramos.
No puede respirar por sí misma.
Necesita de drogas que distribuyan la sangre por su cuerpo.


...¡Pero está tan viva!


Te mueves, encuentras mi dedo con tu mano, me agarras. Es un reflejo, lo se, pero imagino que lo haces con intención, me gritas no me quiero ir…
Abres los ojos, parece que miras, frunces el ceño, pones cara de dolor. De ese dolor que sólo los muy vivos sienten…
Se te daba por muerta antes de nacer, y ahora estás aquí, obviando todos los pronósticos infaustos que te condenan.


Albita, ojalá te sobren las máquinas…¡ Y VIVAS!

martes, 14 de diciembre de 2010

Carta a los reyes magos

Carta a mi familia, con la que comparto las próximas fechas, para intentar convercerlos y cambiar el scalextric por otras peticiones:

"Dadas las fechas que se aproximan, que no son más que circunstanciales por no haber inventado el humano un calendario que no fuera cíclico en nigún sentido, tarde o temprano se cumplen periodos que, debido a nuestra realidad de puntos cronológicos en el infinito pseudo-eterno, nos complace celebrar para sentirnos más transcendentes en lugar de infinitesimalmente absurdos dentro de tan abrumadora cantidad de tiempo que nos contempla, hacia atrás y hacia delante, en la historia conocida o intuida y en el futuro esperado.

A ello, siempre se une alguna que otra religión. Para nosotros, la que se estableció por circunstancias político-económicas en nuestro país allá por tiempos del Imperio Romano, que posteriormente siguiría uno de los muchos caminos en los que ésta se acabaría dividiendo en los primeros siglos de la edad antigua y más tarde en la época de la reforma. Esta circunstancia casual provoca que los nacidos en estas fronteras viven determinados por las costumbres que dicha religión impone tras años de arraigada culturización. Una de ellas es el gran acierto de sus diseñadores al hacer concurrir la festividad de la natividad de una de sus divinidades con el fin del periodo establecido para contabilizar el tiempo en esta tierra. Con ello, los líderes religiosos del momento consiguieron dar más relevancia a su celebración.

Bien, tras esta introducción de las casualidades que rodean la fecha que se aproxima, voy al objeto primero de esta carta. Éste no es más que comunicar que no voy a comprar regalos de navidad, ya que me parece una costumbre absurda, inventada en su día por otra panda de listos que supieron aprovechar las ya coincidentes dos fiestas antes tratadas para añadir unos supuestos tres reyes magos o un barrigon horteramente vestido. Entiendo que un regalo es algo interesante cuando, para una persona a la que quieres complacer, se te ocurre comprar algo que le guste, porque hayas encontrado en una ocasión determinada algo que le pudiera alegrar, o porque es un momento especial para esa persona. Sin embargo, los regalos de navidad no comparten nada de lo anterior: son regalos adquiridos apresuradamente, excesivamente caros porque toda empresa se aprovechará de las circunstancias de obligatoriedad, y sin ningún tipo de sorpresa o satisfacción para la persona regalada, porque no deja de ser una costumbre, y ¡qué peor regalo que el que se hace por costumbre!

Entiendo que quizás vosotros no compartís mis ideas. Aún así, me gustaría que tampoco me regalaseis nada. Y que reservarais vuestro dinero y esfuerzo para cualquier día perdido en el año, sin ningún significado especial. Probablemente ese día necesite mucho más de alguien que me pinte una sonrisa sorprendiéndome con algún presente especialmente encontrado para mí, sin prisas, sin obligaciones... Aunque sé que a lo mejor llegáis a estar de acuerdo con mis argumentos, también sé que es muy posible que continuéis en la tradición. A veces es complicado escapar de ella, aunque uno esté convencido de qué es lo que quiere. Probablemente en este logro se base la libertad y la construcción personal de uno mismo y de su personalidad. Así que no deberíamos cejar en el empeño."

jueves, 9 de diciembre de 2010

Noches

Habíamos salido del cine. Llovía afuera.

Cenamos en un bar cercano. Ruidoso.

Comentamos la película, hablábamos de las relaciones de pareja.

Tergiversamos. Discutimos sin aspavientos, como si no fuera con nosotros.

Pero dolía.

Mis noes [son copas de cristal que dejo caer al suelo mientras te miro directamente a las pupilas, con una ceja levantada y media sonrisa]. No creo en el amor eterno. No soy tu novia, ni lo seré. No me veas como la madre de tus hijos. Y el último, [el que más dolió, el que le mató, como diría la canción] no percibo lo que dices que sientes por mí.

Caminamos hacia mi casa y te paraste a arrancar tres naranjas de un árbol. Me sonreías mientras hacías malabares con ellas.

Lo entendí.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Metamorfosis


Un gancho metálico y frío me apresó, eligiéndome de entre todos los de mi alrededor. Un gancho aferrado a mis sienes, dolía, apretaba el perímetro de mi cráneo y me elevó pese a mis esfuerzos por permanecer en el mágico y cómodo mundo de la máquina de peluches. Yo, con mi mirada perdida y sonrisa boba había mirado hasta entonces la vida pasar. Transeúntes veloces. Semáforos. Los ojos de los infantes llenos de deseos, apoyando sus manos y bocas contra el cristal que nos separaba del mundo.

El gancho me desplazó por el aire, lejos del calor del resto de muñecos de pelo.
No sé quién lo maneja.

Me soltó en un lugar que me era conocido.
Mi casa.

Re-encontrarme. Con todos, con todo, conmigo misma. Fingir que no dejé nunca de ser humana.

Cumpleaños. Amigos en mi casa. Mi estado emocional extraño, ambivalente.
Sabiéndome cerca y, sin embargo, aún sintiéndome lejos de todos.
Estoy incómoda en esta ciudad tan rígida en sus construcciones y en sus planteamientos de vida. Me hieren especialmente sus rancios convencionalismos.

No siento que pertenezca a ningún sitio. Ni a nadie. En este estado de náufrago, habiendo perdido mi camuflaje de peluche, la vida se siente tan rara... Nuevos ciclos, toca de nuevo orear las alas, no dejar de batirlas pese a que mis ojos aún no se han acomodado para enfocar esta nueva luz que es la de siempre.


[Ganas de cambiar]