sábado, 26 de marzo de 2011

Sabor a recuerdo

Dicen que el olor es el sentido que mejor evoca o despierta los recuerdos que ocultos se mantienen entre telarañas arrinconados en los confines de tu memoria. Probablemente así sea, pues todos hemos vivido el traer al presente felicidades y llantos pasados con sólo una inspiración que toca donde la fragancia del recuerdo se ha instalado.

Algunos cuentan con el defecto de la excesiva memoria de acción o memoria histórico-biográfica, que les obliga a repetir sus años anteriores sin descanso. Desde la feliz infancia de la ignorancia aniñada hasta los desvirgados años de descubrir lo que la vida puede llegar a ofrecer. Y qué lamentable puede llegar a veces a ser el contarse uno mismo entre estos que releen constantemente el libro de su vida. Que encuentran marca páginas que les conducen a episodios que uno revive con la mirada al vacío abstraído del mundo exterior, terminando la representación interna con una asqueada sonrisa de ¡joder, qué cosas tiene la vida!

Pero entre memorias y sentidos no quiero quitarle al olfato su privilegiado lugar. Sólo que esta noche me vino la idea, por experiencia real, que hay otros sensoriales que, aunque no son los más expertos en desempolvar viejos recuerdos, sí son los que primero se encuentran en cola para ser echados en falta. El gusto. El sabor de las cosas. Cerrar los ojos en cualquier lugar, concentrar todo tu yo en tu boca, y traer a tu lengua, a tus labios, los sabores perdidos... de pezones gruesos, de templados jugos, de bocas hambrientas, de pieles tersas. La boca desaparece en agua hasta alcanzar el límite de lo suficiente para volver de nuevo a la realidad. Y dejar de ensoñar.

jueves, 24 de marzo de 2011

Timbre


Llevaba mucho tiempo sola.

Su casa, un castillo. O una trinchera, y a veces un iglú. O una burbuja, un refugio antimisiles, o una caja de cerillas [y su piel, ya lo sabemos, altamente inflamable].

A veces cenaba chocolate
Y lo desayunaba también

Siempre fue desordenada
Siempre se disculpaba cuando llegaba visita [dedo-automático-en-el-botón-del-play: disco rallado que había escuchado desde pequeña]

Se desnudaba cada noche delante del espejo.
Escribía palabras o plantaba besos de rojo carmín en todos los espejos.
A veces bailaba delante del espejo con zapatos de tacón [sólo]

Había pelusas y bichos pequeños. Y muchas plantas [todas con nombre propio, a las que hablaba, como le enseñó su padre] que la conocían y le perdonaban que se le olvidara regarlas.

Llevaba tiempo sola, en su caótica armonía.


Y un día alguien vino a tocar a su puerta...

martes, 22 de marzo de 2011

Momentos

Apoyada en el quicio de la puerta.
Pintabas.
de espaldas a mí.

Te miraba; concentrado; llovía detrás de los cristales de la ventana, fuera del mundo donde tú pintabas.

Cuatro paredes, un lienzo, libros de arte en un armarito. Cuadros y telas esparcidos por la habitación.
Colores.
Olores.
el silencio, las cerdas arañando e impregnando, tu respiración.

Tú, pintando.

Fuiste lo más hermoso que había visto en mucho tiempo.

La señora Cleofe

Mi madre conoció, hace cuarenta años, allá en Venezuela, a una indígena que no sabía ni leer ni escribir, pero conocía el sol y las estrellas, la tierra, las plantas y la mirada de la gente.

Le decía: lo bueno siempre está por llegar
Y también: Mandinga está en todos lados

Dos veces al año hacía autostop para coger un autobús y luego otro y otro y acabar caminando durante dos días por la selva para llegar al núcleo de donde era originaria.

Mi madre le cortaba el pelo, y una vez le regaló un bote de colonia.

Cuando mi madre decidió viajar a España, se despidió de ella. La señora Cleofe le dijo: a usted la llevo en mi corazón.

Mis hermanos y yo hemos querido, sin conocerla, a la señora Cleofe. Querido y respetado y pensado muchas veces. Ha crecido con nosotros.

A mi madre, aprendiz de bruja, se le aparecía a veces en sueños. Sueños que siempre nos estremecían un poco porque no dejaban de cumplirse.

Hace poco mi madre supo, por noticias de allá en Venezuela, que estaba muy malita.

Esperó a que viniera en sueños a despedirse.
No lo hizo. Ella supo de la muerte de esa ancianita de unos inexactos cien años por el teléfono.

Anda melancólica mi madre estos días.


[Me queda la sensación de la oportunidad perdida. Malgasto mis días. No cumplo mis sueños]

viernes, 18 de marzo de 2011

23ºC

23ºC.

Un sol radiante. Hojas nuevas, verdes.
[Una delicia]

Modorra en el sofá…

Chocolate.
[…mi debilidad]

Paseo al atardecer por el puerto (de las Delicias).
Brilla el río.

La calle llena,
de gente; contenta.
[ya se nota, ya se huele…]

¡Delicioso!

jueves, 17 de marzo de 2011

Primavera II


Exantema en mi piel. Y un cansancio inmenso, me pesa el pellejo toneladas.

Quizás varicela, me dicen. O una virasis.

Yo creo que es alergia a la ausencia. Sarpullido revolucionario demandando caricias diarias.
Rebelión contra las intermitencias de la piel.
Creo que un ungüento salival administrado con besos y lengua me sanaría cada lesión y haría liviano el pellejo.

Quizás sea sólo la primavera.
O los mil kilómetros.



"Primavera" Franz von Stuck

miércoles, 16 de marzo de 2011

Sin titulo

Había un edificio lleno de puertas. ( Aunque si esto fuera un cuento, sería el país de las 999 puertas) Al parecer nadie estaba tras aquellas puertas, o al menos eso parecía, pues nunca vieron ni escucharon nada. Ni siquiera sabían si, al menos, se guardaban cosas: no les importaba. Llevaban años y años, paseando entre las puertas cerradas, desde que eran sólo 100, y la única novedad era que de vez en cuando, aparecía una nueva puerta. Las llaves, nunca se usaron que ellos recordasen.
El instrumental de trabajo consistía en un teléfono de comunicación, una linterna, una porra y el manojo de las 999 llaves que pasaban en el cambio de turno con un “sin incidencias”.
Un día, uno de los vigilantes recibió la inesperada visita de su hija Anía de 8 años. La madre tenía que pasar algunas horas de la tarde trabajando y no podía quedarse con ella a la salida del colegio.
El vigilante y su hija recorrieron las instalaciones del edificio. Anía planteó la lógica pregunta: ¿Qué hay dentro papá? Su padre le contestó que no lo sabía. ¿Y por qué están cerradas? ¿Habrá algún animal salvaje dentro? ¿Se esconderán algunos tesoros? El vigilante, que no sabía, no podía salvo encogerse de hombros ante sus preguntas.
Pero poco a poco la curiosidad se fue transmitiendo al vigilante, se estaba llenando de inquietud por probar alguna de las llaves y descubrir qué podía pasar. Aquello era tan extraño, que le producía una sensación emocionante, como de quién va a reabrir la cámara funeraria de un faraón egipcio…
En el momento del debate, llegó su relevo, le entregó las llaves, “sin incidencias” y se marcharon. Ese día se acostó justo después de cenar. Soñó con puertas abiertas, algunas estaban hechas para entrar y otras para salir, veía que lo escondían podía ser hermoso o no…
Al despertar no recordaba nada.
Volvió a sus horas de puertas cerradas y llaves

sábado, 12 de marzo de 2011

Primavera

Llueve.

A veces no sé, no sabemos aprovechar las oportunidades para reinventarme.
Miro a los ojos y sólo veo sombras, del pasado, de las alianzas de cordón umbilical, del amor fanático por la tierra.

Apuntamos a la primavera con el fusil, mientras espero a que llegue.

Seguimos lloviendo.

Te complaces mirándote, recreándonos en todo lo que crees que te construye. Yo quedo fuera, sólo soy la diferencia que te consolida en lo puramente tuyo. Que subraya nuestra determinación a no vestirte-me con una piel diferente.

Sonreímos mientras te cojo flores, en la otra mano tengo el dedo en el gatillo. Por si acaso me canso de fingir que intentas bailar juntos sin cambiar los pasos que cada uno tenía cuando nos conocimos.

Te florecemos. Me invernamos.



jueves, 10 de marzo de 2011

Saltar entre tejados

Su vida caminaba por líneas divisorias. Entraba en una oficina fea temprano en la mañana. Se peleaba con máquinas. Se peleaba entre personas que no se conocían. Y terminaba ya al atardecer, cansado mentalmente. Al salir le rodeaba un polígono industrial. También era feo. Procuraba fijarse en los detalles hermosos que hacían más bello lo cotidiano que lo bonito vulgarmente aceptado. Había un árbol, enorme. Tendría más de doscientos años por el grosor de su tronco. Le reconfortaba observarlo caminando hacia el coche. Siempre fue de su agrado aquello que le hacía sentir pequeñito, aquello que envidiaba.

Algunas mañanas empezaban peor que otras. Tras aparcar, aquellos metros de muro al viento ya no estaban. Alguien decidió cortar aquel árbol. Ya se sabe, algunos seres humanos necesitan dominar para superar su inseguridad. Sintió un pinchazo, esas cosas duelen. Pensó protestar, llamar la atención. Pero igual nadie más sintiera su falta. Ya hacía tiempo que se sabía incomprendido. Y uno se va acostumbrando a compartir vida con su propia especie, con individuos de tal calaña.

Esa tarde, caminar al coche fue más feo aún. Se detuvo a mirar las astillas del crimen. Sintió la presencia de un apoyo en su lamento, y giró la mirada. En la distancia observaba la escena un gato callejero, algo sucio y de caminar pausado. Siempre quedarán gatos en las aceras desiertas para alegrar la noche de quien envidia la libertad de saltar entre los tejados.

Se montaría en el coche y arrancaría. Aún esperaban semáforos, bocinas y atascos para acabar el día.

Fe de erratas


Coño, por un puñaíllo de casualidades mi entrada de Física y química aparece firmada por Olvido...

Caótica, reitero.

Física y química

Hoy, reunidos para recordar al compañero que se murió.

La muerte es un catalizador de la droga llamada amor. Veneno que potencia.

Me compro el enésimo billete de avión de este año, la bruja vuela en su escoba.

Entropía. Energía sin objetivo, evolución.

Engaños.

Hoy, conferencia sobre el suicidio.

Soy una humana en un sistema caótico.

Y me resuenan en la cabeza esas palabras del Gibran: "Dios de las almas perdidas, tú que estás perdido entre los demás dioses, escúchame..."

domingo, 6 de marzo de 2011

Cobardía

Ortega y Gasset contaba en forma de mito que el ser humano no es más que un animal loco que ha contraído la extraña enfermedad de poder apartarse del exterior y meterse dentro de sí mismo a fantasear. Por eso estamos llenos de ilusiones, de sueños ajenos a nuestra realidad con los que queremos cambiarla. Y por eso somos esencialmente unos insatisfechos. Deseamos lo que nunca tendremos, y nos duelen partes del cuerpo que no existen.

Esta idea puede condicionarnos en la vida. ¿Hasta qué punto unos deseos son tiros al aire y otros forman parte de los cimientos de lo que quieres ser? Nos preguntamos si dejar a nuestra pareja porque no es todo lo que esperamos, y porque la pasión ahora es rutina. Nos preguntamos si dejar nuestro trabajo que nos oprime y nos roba el tiempo, nos cosifica y nos explota. Nos preguntamos si rebelarnos contra lo establecido por un sistema más justo. Nos preguntamos si mandar todo al carajo, irnos a vivir a ninguna parte, y recorrer durante años el mundo. Nos preguntamos si salir e intercambiar palabra con todo el que se nos cruce buscando respuestas que nos presenten a la persona que esperamos. Nos preguntamos si seguir alimentando nuestra sed de vida o mantenerla bajo el yugo de la existencia.

No será fácil hacer algo de esto. Quizá porque sepamos que, como somos inconformistas en esencia, en algún momento debemos disfrutar de lo que tenemos, no hacernos adictos a nuestra fábrica de fantasías. Pero también es posible que esto lo usemos como escusa para tapar nuestra propia cobardía, ese instinto que por muy humanos seguimos conservando de nuestros ancestros.

Y no sé vosotros, pero yo me siento bastante cobarde.

jueves, 3 de marzo de 2011

Ego


Folie no se encuentra. Le han reñido tanto por sacar los pies del tiesto que ahora no sabe dónde colocarlos [aún así, se prefiere perdida a plantada en el puto tiesto].

Exige ser amada. Por encima de todo lo demás. [por encima de todas las demás]
Exige sexo.

No quiere mendigar afecto ni tampoco el roce de una barba en la cara interna de los muslos.

A Folie toda la vida le han dicho que es muy independiente.

Por sus ojos y sus oídos pasan mujeres que se olvidaron de ser quienes son. Mujeres sensibles a las señales de los demás pero no a las suyas propias. Que para ser queridas tuvieron que querer muchísimo, tanto que se le diluyen contando sus vidas vacías de algo que no sea amor no correspondido. [humanas sin violencia, Sara, humanas que olvidaron qué desearon alguna vez para Su propia vida]

Folie hace dos meses que no lee un libro que no tenga que ver con su puto trabajo. Y se marchita, y ella lo sabe [que se le acaba el oxígeno si deja pasar los días sin palabras]. Aún así llega de las librerías con páginas sin personajes ni historias.

En su cuerpo quedan las huellas de las irresponsabilidades, de sus excesos. También en sus ojos, alguna persona intrascendente se lo ha dicho. Folie se lamenta de que todo se pague tan caro.

Folie sabe que la dignidad de una no está en los ojos de los demás. Sabe que puede vestir como quiera y hacer lo que quiera [lo que su armonía le dicte]. A veces, sin embargo, le cuesta defenderse de las miradas de los otros [y le tienta el tiesto, donde todo está tan estipuladito que hasta parece fácil].

Folie quiso ser sanadora. Y también bruja. Ahora se acuesta soñando con irse muy lejos, no sabe dónde, escapar con su escoba y buscarse entre los pliegues el orificio de la bala.

Folie, al cabo, es una ingenua que cree encontrará la brújula.

Pies manchados de tierra, cerámica rota, tiesto pateado, hojas marchitas.