lunes, 6 de mayo de 2013

Los lunes al sol

Hay frases ingeniosas que simplemente son chistes malos, pero cuando un niño los lee no las entiende y, por eso mismo, no las olvida. Algo así me ocurrió cuando de pequeño leí que el matrimonio es el lugar donde los que están dentro quieren salir y los que están fuera quieren entrar. Y no sé por qué he recordado esta frase, pero creo que viene como anillo al dedo para definir el trabajar, la virtud elevada del ser humano. 

En un centro de enfermos terminales donde van a pasar sus últimos días de vida moribundos de toda clase y condición, se realizó un estudio de cuáles eran aquellas cosas de las que más se arrepentían los humanos antes de su muerte. ¿Adivinan qué estaba en el podio? Probablemente aquello que todos firmaríamos si muriéramos mañana: haber trabajado tanto.

Creo que cuando cerramos los ojos y pensamos en las cosas bonitas e importantes de nuestra vida, bien como ejercicio de meditación, bien como repaso a existencia que se esfuma, pocos contamos nuestras 40 horas por 52 semanas por tantos años entre esos momentos especiales. Algunos sí, mas son excepciones a las que envidiar. 

Pero si esto es así, ¿por qué es tan importante el trabajo en la vida de todos? ¿No debería la energía gastada en algo ir al compás de lo que ese algo nos satisface o nos completa? La respuesta es sí, pero en otro mundo posible, no en este, en el que todo, desde que nacemos hasta que morimos, se organiza en torno al trabajo (sólo le intentan quitar el puesto el sexo y el "amor", y si alguna vez ganan es únicamente porque hacen trampas y se alían bajo la misma bandera). Desde que nacemos vemos a nuestros padres saliendo temprano de casa y volviendo tarde. Recordándonos lo mucho que se sacrifican por nosotros. Los colegios y universidades dejaron hace bastante tiempo de ser centros de educación para ser aulas de formación profesional. Desde que tengo uso de razón recuerdo una pregunta lanzada por toda la gente de mi alrededor a mís oídos vírgenes: ¿qué vas a ser de mayor? (Viejo, decía el del chiste). Tanto nos lo preguntaban que llegamos a igualar el ser algo con trabajar de algo. ¿No eres nada si no trabajas, si no estudias una profesión, si no tienes un currículum que mostrar?

En mi círculo de conocidos encuentro todo tipo de casos. Quien disfruta de puesto de trabajo estable y bien pagado, pero no le gusta, y querría vivir más y mejor. Quien subsiste agobiado en el paro y trabajaría de cualquier cosa. Quien trabaja como esclavo mientras la espada de Damocles pende de su cabeza en forma de despido inminente. Quien juega a los dados intentando buscar una prejubilación que le permita no quedarse con cara de tonto tras cotizar una pasta gansa durante años. Quien no sabe si optar por su pareja o por su triunfo laboral. Quien ha emigrado al extranjero en busca de curro y ha encontrado vida. 

Sólo una cosa se hace común. Un domingo por la tarde, en la playa, en el parque, entre cervezas, risas y charlas, cuando alguien recuerda que mañana es lunes, un ángel borra todas las sonrisas de la cara por momentos. Al día siguiente, entrando por la oficina, se ven caras grises, las mismas que conducían coches feos por la autovía a las siete y media de la mañana. Los autómatas se sientan frente a una pantalla de ordenador enmarcada por fotos de sus hijos, a fin de que el subconsciente interiorice la respuesta a un porqué: por qué estoy aquí. Otros recuerdan las siglas de su banco. Mas quienes no tenemos hijos ni hipoteca, nos agarramos a la crisis. Es la mejor escusa a día de hoy para no romper con la virtud aprendida y no quedarnos los lunes al sol con una sonrisa de colores.




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