miércoles, 22 de septiembre de 2010

Diagnóstico: sangre alterada

Hoy ha empezado la primavera en el hemisferio sur.

Todos los años, cada treinta y uno de diciembre por la tarde, quedo con mi amiga-vida (me acompaña, con todo el significado que tiene ese verbo, desde que teníamos ambas cuatro años) para hablar de lo que fue y lo que será. Anécdotas, aprendizajes, rectificaciones, casualidades.

Éste será el año en que viví dos primaveras.

Iba a escribir cómo, estando en el autobús número 110 de vuelta a casa, empecé a pensar en eso y acabé, después de mil ramificaciones ideatorias, deseando que los humanos tuviéramos un manual de instrucciones con un extenso apartado de la función placer. Pensé describir cómo saltaba de una idea a otra, porque es curiosísimo por dónde nos lleva nuestra propia mente, pero creo que sería tedioso para todo aquél que está fuera de esta cabeza loca.

Qué genial sería enseñarle al otro los laberintos del propio cuerpo, las llaves secretas, los atajos, los escondites, las arenas movedizas, los semáforos y los límites de velocidad. Y qué maravilloso que me cogiesen de la mano y me dijeran por aquí, dejarme enseñar y querer ser la alumna más aplicada, hasta doctorarme en la singularidad del cuerpo ajeno.

Pero como en ocasiones aparecen todos esos fantasmas de inseguridad, vergüenza, dudas, tabúes y todo lo feo que os podáis imaginar, acabo deseando que exista ese horrible librito de instrucciones, el manual de uso y disfrute (del humano que deseo... y el mío propio), para leer mientras voy en el autobús.

Feliz primavera.

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