sábado, 20 de noviembre de 2010

Diez días


Me he levantado de la siesta. Tirada encima de la cama, pies descalzos, camiseta de tirantes.

Se me acaban los días aquí. Dilapidados.

Como me da el sol por la calle, estoy más rosita de lo que yo acostumbraría a estas alturas del año (sobre todo en las mejillas éstas de Heidi que tengo, que se me brotan con el calorcito).

Y soy más Folie que nunca en mi vida, expandida en el espacio por bastantes kilos de más apoltronados en mis pechos, muslos y en el culete. Me gusta esa mujer redondeada que nunca había sido. Pero intuyo que la factura del sedentarismo será ahogarme montada en la bici cada mañana cuando vaya a mi trabajo.

Escucho bastante la pregunta: ¿tienes ganas de volver?
Y siempre respondo: no.

Voy a echar de menos el despunte del verano. El acento cantarín, la ll estirada. Las expresiones "esto es un quilombo" "no le dés bolilla" "mirá vos" "relindo" y por supuesto "frutilla y durazno". Echaré de menos a las miles de mujeres de pelo largo, liso y perfecto. Los trajes de chaqueta de los hombres que aún se les nota la ascendencia italiana. Echaré de menos los licuados de fruta (pienso comprarme una licuadora...), las picadas, las pizzetas. Los autobuses que hay que coger o soltar casi en marcha, haciendo arriesgada la empresa sencilla de utilizar ese transporte público (después de tres meses y sigo diciendo "coger", pese al muy distinto significado que tiene aquí...). Extrañaré los ascensores con doble reja en vez de las puertas automáticas. El trazado cuadrado de la ciudad. Las clases de tango en el salón armenio (me he reído tanto...). Los teatros minúsculos que aparecen por sorpresa para solucionarte la noche. Los vendedores ambulantes de calcetines, tupper-ware, plumeros, calculadoras, braguitas... El olor a ropa lavada, croasanes y flores que tienen las calles. La conversación de los taxistas sobre la situación en Europa, sobre el pescado nacional, sobre el partido River-Boca. Echaré mucho de menos todos los trozos de chocolate negro de los submarinos. Y a las librerías (sobre todo una que también es cafetería, donde Fede me prepara los mejores desayunos del mundo). Los pájaros cantando en Palermo, donde vivo. Los paseadores de perro con más de doce correas y animales rodeándolos. Todos los humanos que toman mate, con la mirada perdida, que te ofrecen beber de su bombilla. Las cafeterías mágicas, cuidadas hasta el detalle. El Ché, Mafalda, Gardel. Echaré de menos el cada día, esa esencia que no sé cómo nombrarla, llena de sorpresas lindas.

Diez últimos días.
Los dedos de mis manos.
Me late fuerte el corazón.

[imagen típica de acá: el barrio es Boca, arte callejero, ese toque de suciedad, un cachillo de caos...]

1 comentario:

  1. Qué recuerdos!!! Gracias por acogernos en tu casa y dejarnos compartir todo eso y mucho mas contigo. Y aunque la nostalgia se adueñe de ti, pronto estarás en otra alocada y feliz vivencia.
    Qué suerte tenemos los que estamos a tu lado.
    Cris.

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