miércoles, 19 de octubre de 2011

Herencias

Hoy escucho que es el día del cáncer de mama. A pesar de que rechazo esa absurda asignación de un espacio en el calendario para eventualidades varias, algo se me remueve dentro.

Las veo casi a diario en el hospital donde trabajo, con sus pañuelos en la cabeza o en la sala de espera de las mamografías. Ésas son las fácilmente reconocibles, soy consciente de que habrá muchas más que se me escapan entre los pasillos.
Estudié en la carrera pormenorizadamente este cáncer. Las estadísticas, los tipos, los factores de riesgo, el tratamiento... Recuerdo a mi profesor de oncología decir que, de hecho, no era posible eliminar todas las células malignas, por lo que las posibilidades de metástasis siempre estaban ahí, al acecho. Levanté mi mano y le pregunté si realmente confirmaba eso que la curación era imposible: no me lo negó.

Antes de estudiarlo, crecí con él. A mi madre le dieron dos años de vida cuando yo tenía tres. El cáncer de mama siempre fue el cáncer de mamá. Ella aún sigue viva, al igual que mi abuela y una de mis primas, que también lo han padecido. No así mi tía... en fin, es larga la lista, lo sé, y eso me hace esperarlo como una visita posible e incómoda a la que tendré que recibir y largar educadamente de mi casa tan pronto como me sea posible.

Una de cada ocho mujeres. A veces pienso, en un arranque solidariamente egoísta, que ojalá pudiera elegir a las siete que queden indemnes cuando a mí me llegue, si me llega. Eso fantaseo cuando me hago la valiente, que es casi siempre. Otras me entra el miedo y miro mis pechos con mimo y casi nostalgia... y recuerdo a mi profesor de oncología, señalando la curva de la gráfica que nunca toca la horizontal y por tanto no asegura la curación completa.

He aquí la vida y sus cosas: ese profesor fue el mismo médico que había asistido a mi madre veinte años antes. Así que me permito desconfiar de las teorías científicas, de todos modos, siempre he sido muy escéptica.

Brindo con ustedes por todas las tetas del mundo. Salud.

1 comentario:

  1. Me impresiona la forma como hablas de la enfermedad como amenaza latente que se transmite a través de generaciones, de la forma como ha afectado a tu familia y la posibilidad de que también te afecte. Hay en tí certeza, serenidad y esperanza. Lo admiro. Yo también desconfío de las afirmaciones absolutas de la clase médica. Todo es posible. Pilar, de El efecto Coriolis.

    ResponderEliminar