miércoles, 8 de diciembre de 2010

Metamorfosis


Un gancho metálico y frío me apresó, eligiéndome de entre todos los de mi alrededor. Un gancho aferrado a mis sienes, dolía, apretaba el perímetro de mi cráneo y me elevó pese a mis esfuerzos por permanecer en el mágico y cómodo mundo de la máquina de peluches. Yo, con mi mirada perdida y sonrisa boba había mirado hasta entonces la vida pasar. Transeúntes veloces. Semáforos. Los ojos de los infantes llenos de deseos, apoyando sus manos y bocas contra el cristal que nos separaba del mundo.

El gancho me desplazó por el aire, lejos del calor del resto de muñecos de pelo.
No sé quién lo maneja.

Me soltó en un lugar que me era conocido.
Mi casa.

Re-encontrarme. Con todos, con todo, conmigo misma. Fingir que no dejé nunca de ser humana.

Cumpleaños. Amigos en mi casa. Mi estado emocional extraño, ambivalente.
Sabiéndome cerca y, sin embargo, aún sintiéndome lejos de todos.
Estoy incómoda en esta ciudad tan rígida en sus construcciones y en sus planteamientos de vida. Me hieren especialmente sus rancios convencionalismos.

No siento que pertenezca a ningún sitio. Ni a nadie. En este estado de náufrago, habiendo perdido mi camuflaje de peluche, la vida se siente tan rara... Nuevos ciclos, toca de nuevo orear las alas, no dejar de batirlas pese a que mis ojos aún no se han acomodado para enfocar esta nueva luz que es la de siempre.


[Ganas de cambiar]

1 comentario:

  1. Los ositos de peluche, los cumpleaños, los retornos evocan nostalgia. Tú evocas otro rollo, de verdad.
    Me encanta que estés aquí, de donde nunca te vas y a donde nunca tienes que volver.
    Un beso grande

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