lunes, 20 de diciembre de 2010

Mis viejos

Yo nací y me crié en un pueblo alejado de núcleos urbanos. En una calle donde se jugaba en la carretera, los coches eran sólo esporádicas interrupciones. Recuerdo que la gente mayor podía ser condescendiente con los niños que jugaban u odiarlos si rozábamos con la pelota sus paredes recientemente encaladas. Amas de casa que sobreviven con su paga de viuda, viejos solterones que en su día recorrieron Europa, matrimonios enfermos que sólo se tienen mutuamente. Vidas basadas en limpiar durante el día, poner los garbanzos en la mañana, ver el parte, el tiempo y la novela, dormitar durante la tarde, y creer lo que la tele diga antes de dormir. Asomarse a la puerta de la calle buscando con quien rumorear (la que ha dejado al marido, el que tiene cuernos, la que está embarazada) También se preguntan por los dolores, los del cuerpo (voy tirando). De los otros no se habla, se llora.

Cuando te vas a la universidad, a alguna ciudad lejana, esos vecinos salen a despedirte como si no fueras a volver (puede que ellos, como yo, supieran que no iba a volver). Te dan besos como si fueras a la guerra. E incluso te dan algo de dinero. Y cuando te ven regresar en vacaciones te preguntan ¿qué tal el trabajo, qué tal la ciudad, tienes ya novia? Siempre preguntan lo mismo. Siempre contesto igual.

Vidas sencillas que fueron esas personas mayores con las que nunca hablé nada importante. Pero que todas tenían un extraño afecto pueblerino por mí, por uno de los niños de la calle que se fue a la ciudad. Personas que han muerto en la rutina de una vida sin necesidad de exprimir nada. Sin coches, ni ordenadores, ni libros, ni viajes. Sin mar ni bosques. Criados en tiempos de postguerra, de hambre. Sabiendo que la vida de televisión, de dios, de frigorífico lleno y casas limpias era todo lo que querían.

La mayoría enfrentan la muerte en soledad. Sin hijos, sin pareja. Viejos que murieron en la cama de madrugada sin nadie a quien llamar. Viejos recién operados de cáncer que sus hijos envían a residencias para que allí vivan sus últimos 20 días. Viejos desfigurados en camas de hospital que nunca antes habían ocupado. Viejos abandonados en asilos que mueren en manos extrañas. ¿En qué pensarán?

2 comentarios:

  1. Es duro encargarse de los mayores y, a veces verdadero un incordio, bien lo sé, pero qué triste es ver a nuestros mayores que un día fueron jóvenes como nosotros, tristes y sin ilusión, separados de los seres a los que quieren y dándose cuenta de que ese amor incondicional que ellos sienten no es correspondido.

    Se me desgarra el alma.

    No llevo bien hacerme mayor pero darme cuenta de que mis padres también lo hacen me deja sin respiración, anuda mi garganta y llena de lágrimas mis ojos. Prefiero no pensar. Son todo lo que tengo. Mi pasado, mi presente, mis raíces... Intentaré hacerles tan felices como ellos hicieron con mis abuelos.

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  2. Leonor Rigby de los Beatles. Me recuerda mucho a esa canción que me hacía llorar.
    Sabonis.

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