jueves, 9 de diciembre de 2010

Noches

Habíamos salido del cine. Llovía afuera.

Cenamos en un bar cercano. Ruidoso.

Comentamos la película, hablábamos de las relaciones de pareja.

Tergiversamos. Discutimos sin aspavientos, como si no fuera con nosotros.

Pero dolía.

Mis noes [son copas de cristal que dejo caer al suelo mientras te miro directamente a las pupilas, con una ceja levantada y media sonrisa]. No creo en el amor eterno. No soy tu novia, ni lo seré. No me veas como la madre de tus hijos. Y el último, [el que más dolió, el que le mató, como diría la canción] no percibo lo que dices que sientes por mí.

Caminamos hacia mi casa y te paraste a arrancar tres naranjas de un árbol. Me sonreías mientras hacías malabares con ellas.

Lo entendí.

2 comentarios:

  1. No creo en el amor eterno pero desearía que fuera real.
    Me suena raro cuando se refiere a mi como su novia pero me gusta.
    Ser madre es algo muy lejano o casi utópico pero no permito que se me niegue esa posibilidad.
    Percibo lo que siente por mi pero me cuesta mucho creerlo.

    ¿Este escudo nos protege o nos insensibiliza?

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  2. Supongo que todo escudo protege y desensibiliza, cada cual decidirá cuánto quiere exponerse y dolerse... o resignarse a mantener la piel intacta y apática.
    Yo desearía arrancármelo, poder combatir los prejuicios que tengo enlazados al término novia, madre, esposa.
    Te dije frente al espejo que me sentía mariposa, frágil, aterrada de que el que se me sienta enfrente lleve una red para cazarme...
    Gracias por tu cordura.

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