Ya habrán escuchado de mi boca quejas varias en referencia a la desgracia de una eficiente memoria como compañera de diálogo. Sí, cuando en soledad uno se queda consigo mismo, puede optar por la tradición o la vanguardia. Es decir, por explotar sus recursos naturales, o por preferir auriculares y pantallas digitales. Yo soy más tradicional en este sentido, que no sirva de precedente, y cuando la imaginación no da más de sí, opto por los recuerdos.
Y hay un tipo de recuerdos especialmente irritantes que son los arrepentimientos, todas aquellas cosas que a lo largo de tu vida no hiciste, o no dijiste o que deberías haber callado. Se presentan ante ti como puñaladas que pretenden recordarte todas las infinitas vidas que la libertad nos obliga a rechazar. Aquel coche en el que no subiste, aquella boca que no besaste, aquella llamada que no hiciste. El orgullo que no tragaste, las palabras que no pronunciaste, el abrazo que no diste.
Decía Maquiavelo que es preferible hacer algo y arrepentirse, que no hacerlo y arrepentirse. Y a veces admiro a las personas con esta capacidad. Los fantasmas que le presente su memoria no serán tan desgarradores, tal vez más agudos, pero menos agónicos. Los labios que no probaste siempre se mostrarán como horizonte inexpugnable por tu falta de decisión.
martes, 11 de septiembre de 2012
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Justo en este preciso instante, no puedo estar más de acuerdo contigo. Siempre he sido la indecisión maximizada, la duda hecha carne, pero me sentía orgullosa de arrepentirme de muy pocas cosas en mi vida. Hoy pienso que no fui capaz...y me pasa factura.
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