viernes, 12 de junio de 2015

Arte en vena

Ni siquiera sé si ya lo he escrito. Pero envidio profundamente a aquellas personas que tienen un duende dentro al que pueden dar rienda suelta cuando necesitan vaciar sus adentros. Y yo me quedo embobado observando cómo en escenarios los que malgastan o apuran sus vidas de caos intermitente se transforman para ser puro arte por minutos. Cada cual en lo suyo. Y observarlos es observar su gesto. El del pintor al torcer la cabeza mientras mira su obra concentrado con pincel en mano. Parece de otro mundo. El del cantautor gritando el dolor de su cuerpo con lo ojos cerrados. Parece de otro mundo. El del bailaor forzando su cuerpo al límite del sudor bañando su frente. Parece de otro mundo. El del actor diluyéndose en mil vidas que a cualquiera le gustaría calzarse. Parece de otro mundo.

Y yo que no tengo. No conseguí comprar duende que me saque de dentro los apuros pensados que llenan la olla a presión del pensamiento, del sentimiento. Quizá las sangrías médicas se inventaron en su día para eso. A veces me conformo con escribir lo que surge dictado. Pero ya no es lo mismo, ya no es el duende el que obra. Porque no hay camino directo desde dentro. Cuando es la palabra la que expresa, en cierto modo, existe logos que modula, que acota el grito, el gesto, el color y la nota.

Escribo esto porque a veces me gustaría tener la voz para gritar lo que no cuento. Me gustaría tener el pulso ciego para dibujar las bocas que persigo, las miradas que sueño. Me gustaría tener el gesto o el baile para dejar a mi cuerpo reír lo que no ríe, llorar lo que no llora, saciar en otras vidas todas esas que quiero vivir, y no puedo.



 

No hay comentarios:

Publicar un comentario