jueves, 14 de febrero de 2013

Apocalipsis

Los llaman NEO. Son objetos próximos a la Tierra. Y entre ellos están los famosos asteroides Apolo, que tienen la graciosa característica de cruzar nuestra órbita planetaria cada cierto tiempo. Algo parecido a un cruce sin semáforos por el que los coches ni miran, ni frenan. Argumentan para no echar el freno que estadísticamente las probabilidades de colisión son muy bajas. Claro que... toda probabilidad tiende a uno con límites infinitos.

Es increíble comprobar, cuando uno se sumerge en la ciencia astronómica, lo tranquilos que vivimos aquí en nuestro planeta volador con la cantidad de piedrecitas que se cruzan constantemente por todos los caminos trazados. En 2008, un objeto de unos 3 metros de diámetro fue descubierto en el cielo a una distancia aproximada de la que nos separa de la Luna. Unas 20 horas más tarde de su avistamiento explotaba en la atmósfera terrestre. Varios pedazos cayeron en Sudán, en el desierto. Claro, eran sólo 3 metros. En 1994, fragmentos de un kilómetro del cometa Shomaker colisionaron contra Júpiter provocando grietas en su atmósfera de un tamaño que duplicaba el diámetro terrestre.  Esto asusta más.

Mañana, el asteroide 2012DA14, de 50 metros de diámetro, pasará a una distancia realmente cercana. Más cerca aún de lo que hemos enviado nuestros propios satélites de telefonía y televisión (quizá, con suerte, se cargue alguno). La NASA, que según parece es una eminencia en esto, cuenta que no hay motivos de preocupación. Supongo que estarán en lo cierto. Aunque a mí me sigue llamando la atención eso que aprendí hace poco, que las leyes de Newton, Kepler y compañía sólo son ciertas en condiciones ideales. Y que, en realidad, las órbitas de algunos planetas, aún no se tienen claramente ajustada. Sin ir más lejos, para calcular con exactitud (kilómetros arriba o abajo) la órbita de la Luna, hay que tener en cuenta varios cientos de variables. Por tanto, el que un asteroide de miles de toneladas se acerque por aquí compartiendo órbita y la gravedad no haga el resto... es cuestión de tiempo. 

Y en esta línea, me sorprendí a mí mismo deseando verlo. ¿Se puede querer que un pedrusco de gran tamaño sea el motivo de mi muerte (y de todos, por extensión)? Sí, no queremos morir, eso está claro (asumamos la premisa aunque sea discutible). Pero si el mundo tiene que acabar algún día, si un asteroide de un par de kilómetros tiene que barrer la porquería con la que llenamos nuestros vertederos, por qué no premiar nuestra vida vulgar con un acontecimiento de tal magnitud. Si hay que morir, por qué hacerlo de un simple infarto si podemos optar al apocalipsis, al pack completo. Realmente, con este tipo de muerte, mi vida tendría algo más de sentido. No habré visto el comienzo de este invento de la autoconciencia, pero sí al menos su fin. Sabría como acaba la cosa. Conocería a Dios... o a Satán. La incineración le saldría gratis a mis seres queridos. Siempre he creído que en la vida hay que vivir. Hay que sentir las cosas buenas y las malas. Por ejemplo, nadie vive realmente si no se enamora por una vez, y si no le rompen el corazón en otra. ¡Qué mejor experiencia que ver el fin del mundo! O de nuestra especie, al menos.

Ya... oigo las voces de los humanistas. Pero seamos sinceros, si no lo hace un asteroide, lo acabaremos haciendo nosotros. La especie humana, vista como conjunto orgánico que funciona como un todo, posee una inclinación hacia el suicidio colectivo inevitable.

Miraré al cielo mañana. Quizá sea un gran día.    


 Cometa Halley

1 comentario:

  1. Es un humor un poco trágico, pero es humor al fin y al cabo, y eso siempre está bien.

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