Su vida caminaba por líneas divisorias. Entraba en una oficina fea temprano en la mañana. Se peleaba con máquinas. Se peleaba entre personas que no se conocían. Y terminaba ya al atardecer, cansado mentalmente. Al salir le rodeaba un polígono industrial. También era feo. Procuraba fijarse en los detalles hermosos que hacían más bello lo cotidiano que lo bonito vulgarmente aceptado. Había un árbol, enorme. Tendría más de doscientos años por el grosor de su tronco. Le reconfortaba observarlo caminando hacia el coche. Siempre fue de su agrado aquello que le hacía sentir pequeñito, aquello que envidiaba.
Algunas mañanas empezaban peor que otras. Tras aparcar, aquellos metros de muro al viento ya no estaban. Alguien decidió cortar aquel árbol. Ya se sabe, algunos seres humanos necesitan dominar para superar su inseguridad. Sintió un pinchazo, esas cosas duelen. Pensó protestar, llamar la atención. Pero igual nadie más sintiera su falta. Ya hacía tiempo que se sabía incomprendido. Y uno se va acostumbrando a compartir vida con su propia especie, con individuos de tal calaña.
Esa tarde, caminar al coche fue más feo aún. Se detuvo a mirar las astillas del crimen. Sintió la presencia de un apoyo en su lamento, y giró la mirada. En la distancia observaba la escena un gato callejero, algo sucio y de caminar pausado. Siempre quedarán gatos en las aceras desiertas para alegrar la noche de quien envidia la libertad de saltar entre los tejados.
Se montaría en el coche y arrancaría. Aún esperaban semáforos, bocinas y atascos para acabar el día.
jueves, 10 de marzo de 2011
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Me suena extraño el conformismo de tus palabras. Siempre leo fuerza en tus textos.
ResponderEliminarSalud.
A veces el melancólico que llevo dentro consigue zafarse del otro que quiere cambiar el mundo para escribir por su cuenta...
ResponderEliminarGracias por tu comentario, hay que vigilar de cerca el conformismo.