sábado, 17 de julio de 2010

Solos ante el fuego

Supongo que aquellos primeros hominidos que gustaran de quedarse solos ante el fuego, o que caminaran algo alejados del grupo, o durmieran un tanto apartados... fueron todos extinguidos, devorados por fieras, muertos en accidentes sin auxilio, o perdidos en la noche. Por contra, aquellos que mutaron para temer a la soledad, les sobrevivieron, y de ellos heredamos la carga genética que nos hace sentir un no-sé-qué cuando nos vamos a dormir sin compañía.

Y quizá sólo sea por esto por lo que nos organizamos bajo el principio de la pertenencia al grupo, la no individualidad, la no personalidad, la masa. Por eso olvidamos nuestros problemas diluyéndonos entre gente, aunque desconocida. Tal vez por lo mismo, en noches de brisa fresca, cielos estrellados y corazón abierto busquemos alrededor a alguien a quien cogerle la mano. Quizá sólo por eso, por simple supervivencia, sintamos la necesidad interna de amor o amistad.

A veces me cansa ser animal. Me cansa lidiar con instintos y codificaciones genéticas diseñadas para vivir y procrear en un mundo que ya no existe. Las fieras ya son colecciones del zoo, la noche murió entre bombillas y linternas, y la soledad sólo es un peligro para turistas incautos en países conflictivos.

Necesito nuevas mutaciones que actualicen mis instintos al mundo de hoy.

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