lunes, 17 de mayo de 2010

Entre el desastre y la genialidad

Se nace con arte. Y así nacen los genios con un canal desde los más interno de las emociones pasando por los movimientos hasta el exterior. La capacidad de comunicar sentimientos con su cuerpo, y de su cuerpo a un lienzo, a un piano, a una voz, a una masa, a un baile, a un papel... Son esas personas de vida caótica y desastrosa, pero que tienen un don en el que se mueven mejor que nadie, su medio. Probablemente, Mozart no consiguió ordenar su vida, ni ser consecuente, ni centrarse en pensar qué hacía o qué quería. Pero cuando escribía música, era inigualable. Qué decir de tantos otros genios, ignorantes, incultos, despreciables, arrogantes, egoístas o inmorales... pero genios. Tanto que su vida, marcada por esa cercanía canalizada al interior de lo más emocional de cada uno, estaba más cerca de la demencia que de la cordura.

A veces, cuando el aire romántico me sopla por un oído, echo de menos vivir una de esas vidas de genio loco que hace arte para sobrevivir, para escapar. Que entre miserias y mala vida, encima de una pista de baile o delante de la materia en blanco, sabe que puede lucir lo mejor de él, que ahí le espera su droga. Y morir casado a la juventud, como todos ellos, de una sobredosis de mi propia medicina, con la piel aún tersa, sin marchitar por el tiempo.

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