miércoles, 19 de mayo de 2010

Batalla de Rocroi

Demasiado rápido se olvidan las grandes conquistas cuando son ampliación de capital. Pocas estatuas, calles o plazas hay recordando las victorias de los tercios españoles, o de las horribles y exitosas guerras coloniales, o de las heroicas batallas navales que hicieron del mediterraneo un lago español. Sólo Lepanto se mantiene en la memoria, gracias al infortunio de Cervantes.

Sin embargo, todos sabemos de la Guerra Civil, o de la Guerra de la Independencia. Y si nos ponemos a nombrar batallas... Trafalgar, Bailén, San Quintín... o hablamos del desastre del 98 o de la Armada Invencible... Siempre derrotas que nos hicieron tocar fondo. O victorias cuando estábamos entre la espada y la pared, cuando había poco que perder.

Y es que lograr, cuando se está bien, estar mejor, nos atrae mucho, pero se olvida al segundo de conquistarlo, no nos cambia, no nos marca. Como un orgasmo masculino, que empieza en un cruce de piernas, en el vaivén de unas caderas o en una mirada obscena, naciendo un deseo que no deja de martillear pesadamente hasta ganar la batalla, como una promesa de satisfacción eterna e infinita. Y cuando acaba, ya se ha olvidado, como si no hubiésemos ganado nada... Igual ocurre con todo lo que deseamos y se nos promete una alegría duradera, luego la promesa resulta ser demasiado optimista.

Y si la historia de un país está hecha con la cuenta de sus guerras, qué iba a ser si no la nuestra: un saco de batallas hirientes, resistencias, guerras civiles, golpes de estado, revoluciones, proclamaciones de independencia... pero todas de piel para adentro. Cómo recordamos, cómo nos construye, cómo forma parte de lo más selecto de nuestra vida, tanto las duras caídas que nos hicieron dar de bruces contra el suelo, como la lucha por levantarnos cuando ni uno mismo apostaba dos duros esperando el lograrlo. Ganar esa batalla sí que no se olvida, esa no promete nada (no es momento de promesas) pero el botín es para siempre.

Nota histórica: Un 19 de Mayo de 1643, los tercios españoles fueron derrotados en la batalla de Rocroi a manos francesas. Se trató del primer ejército moderno, tropas de élite del imperio, que durante casi siglo y medio fueron cosideradas invencibles, hasta dicha batalla, lo que supuso el principio del fin de la hegemonía militar española en Europa.

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