Sartre decía que nuestra existencia es angustia. La angustia se diferencia del miedo en que no tiene objeto concreto. Se tiene miedo de algo, pero la angustia nace de dentro. Es la sensación de vértigo que invade a quien descubre su libertad y se da cuenta de ser el único responsable de sus decisiones. Y es la sensación de vacío, de nada, porque no soy aún lo que puedo ser. Ni siquiera sé lo que puedo ser, ni cómo llegar a serlo. Es el abanico aterrador y encantador de potencialidades del ser humano.
El sentido de mi vida presente no es otro que mi futuro. Todo lo que hago es proyectar o alimentar proyectos. Se diría que puedo llevar una vida feliz si tengo objetivos claros a corto o largo plazo. Un viaje. Ahorrar. Un hijo que crece. Unos estudios. Una relación de pareja que empieza, o que termina. Una mudanza, una casa, un coche, un perro, una dieta, un libro. Un concierto. Un fin de semana. Una familia...
¿Se imaginan una vida sin objetivos de ningún tipo? ¿Sin respuesta a ningún para qué? Estamos condenados a existir. A desarrollar una existencia. Y sólo lo podemos hacer jugando, yendo de una meta a otra. Caminando hacia un futuro de manera constante. Un futuro que nunca llegaremos a ser. Es una tarea condenada al fracaso. El ser humano es la nada. Aspira a ser, a completarse, a llenar su vacío existencial. Pero es una aspiración que a la vez que imposible nos hace humanos. Lo contrario sería ser un árbol, un pájaro, una piedra, una playa o un soplo de viento.
¿Y cuál es mi futuro? Supongo que ese presente en el que existimos tendrá más o menos sentido dependiendo del futuro elegido. Uno se puede dejar llevar consiguiendo un futuro prefabricado. Los regalan al nacer en la puerta del hospital. Es una forma sencilla de evitar la angustia, la libertad y el sin sentido. Se trata de acogerse al determinismo preestablecido de un Dios, una sociedad, una genética o una familia. Sartre también tenía nombre para esto: le llamaba la vida inauténtica. Lo contrario es proyectar haciendo uso de nuestra elección. Aceptando sus riesgos. Y asumiendo que nuestro presente (que es nuestra vida al fin y al cabo) sólo será un discurrir hacia eso que hemos inventado que queremos ser.
Heidegger, contemporáneo de Sartre, fue un poco más radical, o menos considerado. Opinaba que somos ser-para-la-muerte. Nuestro futuro, nuestra posibilidad más evidente, es morir. Y si algo nos hace humanos es la posibilidad de anticipar esa muerte, anticipar la nada... de nuevo la angustia. La vida auténtica empieza por aceptar la muerte y la finitud como componentes esenciales de la vida. A partir de aquí... sigamos.
lunes, 7 de septiembre de 2015
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