miércoles, 15 de agosto de 2012

Mater españa

Los tartessos, la primera civilización de occidente. Luego los íberos, los vascones, los celtas y los fenicios. Más tarde llegaron los griegos, y después los cartagineses. Y en las Guerras Púnicas, los romanos decidieron asentarse aquí. Y tuvieron que luchar contra todos los que ya estaban. Eran tiempos de Viriato y de Numancia. Tiempos en los que quizá un algo distinto comienza a caracterizar a la gente de la península, encerrada entre los Pirineos y las columnas de Hércules. Los romanos perdieron muchas legiones intentando pacificar esta tierra. No lo consiguieron.

Con la caída del imperio, llegaron los visigodos, hasta que el Islam y la mejor civilización del momento los barrió del mapa, exceptuando pequeñas comunidades cristianas escondidas en el norte. Al-Ándalus se convirtió en el centro cultural del mundo conocido. Con el tiempo, los musulmanes comenzaron a matarse entre ellos. Los cristianos también harían lo mismo, pero además empujaron poco a poco a sus vecinos más allá del estrecho. Llega el Renacimiento con una "España" de muchos reinos, un nuevo mundo en su bolsillo, y oro, mucho oro. Lo siguiente fue orgullo. Malatesta se lo dijo a Alatriste: "Los españoles sois vanidosos y toscos, os manca fineza, quizá por eso domináis el mundo. Por ahora."

El nuevo imperio se hizo abanderado del catolicismo y creyó que el oro nunca terminaría. Expulsó a judíos y mudéjares. La ciencia era herejía, las universidades dejaron de crecer. Mientras, los reformistas se arraigaron en Inglaterra y Holanda, que con los años serían centro comercial del mundo y la cuna de la Revolución Industrial. Los franceses se cansaron de todo y prefirieron pasar a cuchillo a todo noble que abriera la boca. Un don nadie, Napoleón, se hizo emperador de Europa hasta que llegó por tierras españolas, donde fue vencido. Aquí escribíamos una constitución pionera (la Pepa) para después darle la bienvenida a un Borbón más. Ya siempre iríamos a la cola. Trafalgar hundió nuestros últimos barcos.

Más tarde decidimos adelantarnos. Dimos un salto a la Republica más progresista de Europa, y otro al fascismo emergente. Y ya puestos, saltamos también a una guerra a modo de preámbulo a la que el resto del mundo viviría meses después. Los españoles siempre tenemos prisa por matarnos. Cuando los aliados terminaron con Hitler decidieron olvidar a España en su península, y ahí nos quedamos unos 40 años. Cuando muere el "caudillo" organizamos una pacífica y admirable transición, apoyada por el llamado milagro económico español. Y ahora... ahora estamos perdidos entre políticos, paro, burbujas, bancos y primas. 

Somos la tierra que separa Europa de África. Somos los que vencimos a Roma y a Napoleón, y los que perdimos la Armada Invencible. Somos los que aprueban la ley del aborto más avanzada del mundo para un año después aprobar la más retrógrada de Europa. Somos tierra cainita, pero número uno en donante de órganos. Capaces de dar la vida por cualquiera y quitársela al vecino. Somos tierra de borregos, pero eso sí, egocéntricos. Autoconvencidos de vivir en el mejor país posible, aunque expertos en sangrarlo en voz y obra. Somos la tierra del ruido en el bar y el silencio en la procesión. Del olé en el toreo y el insulto en la riña. Somos la España que caía en cuartos, y la del 12 a 1 a Malta. La del gol de Zarra, y la del gol de Arconada. 

Somos un pueblo que odia a sus políticos, y ama a sus deportistas. Tierra de poetas y pintores exiliados. Del enchufismo, del funcionario incompetente, del vuelva usted mañana, de la siesta y la fiesta, del dinero negro, del marca como diario más leído. Somos la falta de humildad, la falta de duda. Los valientes a bote pronto, los cobardes que miran a otro lado. Los que se ríen de quien tropieza. Somos el Quijote. Somos el paradigma del carpe diem. 

Somos tierra de naciones bajo una bandera que nadie agita (acomplejada por la tricolor) y un himno sin letra. Somos nacionalistas hasta la médula, desde el pueblo perdido en las montañas, hasta cualquier heredero de uno de entre tantos reinos, condados o marcas. Acostumbrados a glorificarnos en el pasado antes que mirar al futuro. Somos ejemplo de corazón y sinrazón, para lo bueno y para lo malo. No pensamos... no preguntamos... actuamos. Somos, volviendo a Alatriste, un tercio español.        

   

Escena final de Alatriste.

1 comentario:

  1. es genial!!! Solo añadiria fragmento del chivi: Esta españa apátrida y fiestera fingiendo ser amada sin nadie que la quiera.

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