domingo, 15 de abril de 2012

Nuestra gran depresión

Recomiendo un libro de Hannan Harendt llamado La condición humana. Es de esos libros para pensar. Trata de filosofía política, o de teoría política, como le gustaba decir a su autora. Sobre él, junto con el papel del arte, escribí hace unas semanas un texto que recopilaba algunas ideas interesantes. Dejo link de descarga para quien le interese: Descarga de texto
La idea gira en torno a que el ser humano pasó a ser hace un siglo un homo faber obsesionado por construir utensilios y pensar todo en relación de medios y fines. Más tarde, hace unos años, nos hemos convertido en animal laborans, individuos que dedican la mayor parte de su vida a laborar y consumir el producto de esta labor. Esclavos de este único modo de ser felices.

Los seguidores habituales de este blog sabrán que El club de la lucha es una de las películas a las que más referencias hago desde aquí. Quizá la mejor frase del guión sea aquella donde Tyler dice que "somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos, no hemos sufrido una gran guerra ni una gran depresión, nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida". Y hoy pensé qué es curioso que al final nos va a tocar vivir algo parecido a una gran depresión, esta crisis entrecomillada.

Los laborantes consumidores que somos no encontramos dónde laborar (no hay trabajo), lo necesitamos para seguir rodando en el sistema, pero algo dentro nos dice que no lo queremos (nuestra depresión espiritual). Una conjunción perfecta para que no sepamos dónde ir. A mi alrededor toda una generación de jóvenes se preguntan qué hacer con su vida. Anhelan el sueldo fijo de la bonanza si no lo tienen, sueñan con otra vida posible si aún son esclavos de la nómina a fin de mes. Juegan a la lotería, opositan a tener tiempo libre, huyen al extranjero, piensan en cómo escapar, se refugian en el salvavidas del amor como prioridad... No hay destino certero.

Necesitamos algo más que una nómina, pero seguimos necesitándola. Quizá sea el mayor robo de libertad al que tengamos que enfrentarnos en el mundo contemporáneo las clases medias: la necesidad de laborar para consumir, al ritmo de las ruedas del sistema. Y si lográramos escapar... ¿luego qué? La mia mamma, versada en infelicidad, ante mi anhelo de lograr ese golpe de suerte que con ceros en una cuenta regala la dicha libertad, me preguntaba que para qué, que qué hacer después. Yo, por no callar, contesté que vivir la vida. Detrás de estas palabras sabía que algo falla detrás de cualquier anhelo, que detrás de todo no hay causa primera, sólo sinsentido.

Vivir la vida... creo que se parece a darse un baño en una piscina que cierra en un par de horas. Todos nos bañamos y nadamos de aquí para allá, unos hacia un lado, otros hacia el otro. Da igual, nadie va a ningún sitio concreto, se trata sólo de una piscina. Hay quien disfruta de jugar y chapotear con compañía, hay quien nada y nada sin parar, hay quien se queda a flote observando, hay quien incluso abre los ojos bajo el agua. En el fondo sabemos que sólo es eso, intentar pasarlo bien. Algunos tendrán pronto la piel arrugada y querrán marcharse, otros disfrutarán como niños y llorarán a la hora del cierre. Pero tarde o temprano tendremos que abandonar el agua, la piscina siempre cierra. Y nos iremos a casa pensando en todo lo que hemos nadado, pero sólo hemos jugado un rato en un depósito de agua, el resto es cosa de imaginar, por ejemplo, a dónde nos llevaban nuestras brazadas. Fuera de la inventiva, en una piscina, nunca se va a ninguna parte.

Sin embargo, ¿qué otra cosa nos hace más humanos que nuestra imaginación?  


Secuencia de El club de la lucha.

1 comentario:

  1. Quizá por eso me gustan tan poco las piscinas... Preferiría pensar que la vida es como nadar en mar abierto: seguramente nos comportaremos como en la piscina, pero al menos con menos límites en nuestro horizonte. Quizá sea mejor no intentar hallar el sentido de todo. Vivir la vida es aprovechar el momento, sin mirar atrás ni adelante. Ya que estamos aquí chapoteemos. Que nada tiene sentido, pues qué se le va a hacer. Me niego a estar en ninguna gran depresión, económica o espiritual.A la porra todo.

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