jueves, 21 de abril de 2011

Martes (santo)

Él entraba arrastrando unas chanclas medio descosidas. Era bajito, y parecía aún más pequeño con los hombros cargados. Llevaba pantalones de pinzas y un jersey raído. Una gorra que ha pasado mucho tiempo al sol.
Ella, era alta, muy alta, pero aun así, tenía el mismo aspecto desvalido. Apretaba fuerte el pañuelo que traía entre las manos.

Los senté en la sala, y les hablé, obviando las palabras clave. Aséptica.
No quise repetir las verdades; con una vez, por hoy, basta.

Ya llevaba yo la angustia en la garganta, las lágrimas preparadas: pena. Y no se qué resorte saltó, cuando les pedí que me firmarán:
“No se escribir”
Yo fui su mano rellenando nombre y apellidos: "El carné, por favor". Ahora me sentía identificada con el destino trágico, anticipando la lucha desigual que comenzaba justo en aquel momento. Estaban todavía muy fuera de entender la realidad que acababa de estrellarse contra ellos.

Les acompañé, tocándole el brazo, a ver a su hijo; fui incapaz de quedarme con ellos.

Esperé a que salieran: el hijo permanecía en un sueño artificial, midazoliano. No creo que estuviese ajeno a todo esto, lo sabía. Hace tiempo que tenía síntomas que se atribuyeron a otras causas. Probablemente, la descubierta hoy sería la final.

Cómo me joden las limitaciones a veces; no ser los dioses o adivinos que ellos esperan.


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