viernes, 22 de junio de 2012

Silencio

Cuando lo nombras desaparece.

Siempre me llamó la atención cuando alguien volvía a casa y encendía la televisión aunque no fuera a verla. Con el tiempo, viviendo solo, uno se da cuenta de la diferencia entre estar acompañado por alguien o estar acompañado por sonidos. Desde mi hogar soy consciente siempre de cuándo tose el vecino... Y echo de menos el silencio. Sobre todo cuando mis instintos asesinos me imploran comprar un rifle y acabar con los niños que vociferan en la calle mientras castigan un balón. O mejor un revólver y poner fin a los ladridos del perro enano que martillea mi paz desde el piso de enfrente.

No obstante, cuando alguien más está conmigo en casa, no escucho nada de esto. No hay ruidos. Quizá sea un castigo de la sociedad para aquellos que intentan vivir solos.

Me gusta la gente silenciosa. Me gustan los momentos donde se puede tocar el silencio.

Las cámaras anecoides son salas diseñadas especialmente para absorber los sonidos. En Minesota existe una que absorbe el 99,99 % del ruido. Sin embargo, por atrayente que pueda parecer para montarla en nuestra sala de estar, ningún ser humano puede permanecer dentro más de 1 hora, se volvería loco. La mente pierde el control, escuchamos el fluir de nuestra sangre, nuestra respiración, nuestras tripas.., y perdemos el norte y el equilibrio.

Quizá el único silencio que echemos en falta sea el de nuestros orígenes, el atronador silencio de la naturaleza, no el silencioso ruido de las colmenas dormitorio de las grandes ciudades.

http://www.abc.es/20120619/ciencia/abci-lugar-silencioso-mundo-lleva-201206191639.html

lunes, 11 de junio de 2012

Rescate

Vamos a ser la generación con los mayores conocimientos macroeconómicos de la historia. Los españolitos ya hablamos como economistas en potencia. Cuando hace algunos años alguien dejaba escapar algún comentario sobre el IPC le mirábamos algo desconfiadamente. Hoy, sin embargo, en cualquier esquina es fácil encontrar una tertulia sobre la evolución del IBEX o el Dow Jones. 

Uno echa de menos, y lo que voy a decir es políticamente incorrecto, abrir un periódico y encontrar algún que otro asesinato, accidente en carretera, atentado o sucesos varios. Incluso se llega a echar de menos el típico caso de corrupción urbanística. No, todo esto acabó para nosotros, ya nadie muere de forma violenta. La noticia está en otro meollo. Lo que nos importa es el valor de la prima de riesgo, las elecciones griegas y las reuniones de un tal BCE.

Yo soy de los que creo que en historia todo es cíclico, a pesar de la impredecibilidad inmediata del ser humano, seguimos siendo animales predecibles a largo plazo. Todos estos guisos están labrando una sociedad que ya no tiene fe en el sistema (no es que yo antes la tuviera). Y cuando mucha gente a la vez pierde los pilares de sus creencias... y son gente donde ni la racionalidad ni la bondad priman... acaba explotando algo. Ya lo sabían los inventores de las grandes religiones. 

Pero hoy... no creemos en la democracia, ni en dios, ni en la felicidad, ni en la familia, ni en la patria, ni en la ciencia, ni en el dinero, ni en los intelectuales, ni en la honradez, ni en el valor, ni en la ética. Algunos ilusos afortunados tienen la posibilidad de estar creyendo en el amor (divina creencia, quién fuera uno de ellos). Pero el resto... empiezan a notar picor en la nuca. Es el sin-sentido de la vida (sí, muchos creen que tiene sentido). 

Y esta salsa a fuego lento, en los libros de historia, se llama preámbulo de revolución. ¿Será así? Quizá me equivoque. El fútbol sigue cimentando las vidas aburridas. Y el banco, tarde o temprano, volverá a conceder hipotecas. 

domingo, 3 de junio de 2012

Andy Dufresne

Me equivoco en mis propios conceptos, me digo que mi libertad consiste en arriesgarme y rebelarme.

Me regalan un pájaro enjaulado como metáfora explícita de mi situación actual. Manda huevos. 

Y miro el pájaro chocando contra los barrotes y sé que si le abro la puerta morirá de inanición o de institucionalización. Le he puesto de nombre Andy Dufresne, esperando que algún día consiga escapar vivo de ésta. Ya sabéis, empeñarse en morir o empeñarse en vivir.
Lo miro, decía, y sé que sueña con otro tipo de vida en el que no siempre hay comida ni agua disponible, con menos comodidades, en el que no esperan de ti que cantes bien y seas bello (hay quien me sugirió que si no cantaba mucho le diera hormonas). Pero que pueda volar.

Cuanto más insoportable se vuelve mi existencia más me vuelco hacia los demás, en una dependencia rastrera que, bajo el pretexto falsamente hermoso de entrega, me hace ver la vida como si el resto tuviera la llave de mi celda, de la puerta de mi jaula.
O como si mi libertad dependiera exclusivamente de esa puerta, sin contemplar todas las posibilidades de las paredes. 

Mi libertad, al fin, es saber que quiero volar. Y es no perder nunca la esperanza de hacerlo.